Preciosa la detective de Botsuana. Cuando África expresa en femenino una sabiduría antigua marcada por la sonrisa

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«“¿Cómo vamos?” preguntó en cierto momento al señor Molofololo. Y él respondió: “Todavía no está sucediendo nada, señora. Debe tener paciencia. Aquí no es como en la cocina”. La señora Ramotswe se preguntó si no era el caso de protestar por aquella frase, pero luego decidió que no».

Estamos en Botsuana, la escena es un banal partido de fútbol, pero quien lee L’ora del tè (novela de Alexander McCall Smith, traducción de Stefania Bertola, Parma, Ugo Guanda Editor, 2011) se enamora inmediatamente del autor, de la protagonista, de los comparsas, de África y de los recursos pacificadores de sabiduría que encierra, especialmente si los manifiesta una boca femenina. Alguna sospecha puede surgir al inicio, porque el autor es un hombre, y ni siquiera es africano al cien por cien, desde un punto de vista estrictamente biográfico, aunque lo sea en su corazón.

Nacido y crecido en Bulawayo en Zimbabue, se trasladó a Escocia para estudiar derecho en Edimburgo, fue profesor en la Universidad de Botsuana y luego de nuevo en Edimburgo formó su familia; es músico y experto de derecho en campo médico y de bioética. Alexander McCall Smith ha escrito tratados, relatos para niños y novelas para todos. Es considerado heredero de Pelham Grenville Wodehouse y de Agatha Christie, cuyos colores sin embargo mezcla entre sí y con la tabla africana, canalizando la creatividad en filones narrativos en torno a personajes clave, como Isabel Dalhousie, el profesor doctor Moritz-Maria von Igelfeld, y la titular de la primera –y única– agencia de investigación femenina de Botsuana. Es indudablemente ella, Precious Ramotswe, la cuerda más vibrante, con resonancias que afectan al lector donde menos se lo espera, sorprendiéndolo casi en cada frase, precisamente por la notable —y aparente— sencillez.

En Italia Mma (título de cortesía, correspondiente al masculino Rra) Ramotswe se hizo popular en 2003 con Le lacrime della giraffa y creció rápidamente a través de experiencias dolorosas, entre las cuales la pérdida precoz de su madre, un compañero brutal, una maternidad que duró pocos días, un padre de duro pasado de minero dispuesto a recogerla después de los desvaríos juveniles, concluyendo su generosa existencia terrena con una mirada perpleja y vagamente alarmado cuando su hija manifiesta la intención de abrir una agencia de investigación invirtiendo en ella las ganancias por la venta del ganado que él con grandes esfuerzos había reunido. Desde allí hasta las sucesivas historias imperdibles, la emancipación de la señora Ramotswe se produce sin afán y a menudo a través de la exposición, en cuanto mujer y además traditionally built, a todos los arrogantes de este mundo, pero alterando la situación con la sola fuerza de la inteligencia y la evidencia de intuiciones a veces infantiles y paradójicas. Un procedimiento donde la concatenación de los acontecimientos y de los objetos prevalece sobre reflexiones lógicas e hipotéticas, como en algunas fábulas metamórficas de animales y plantas, y hombres que al final renuevan una entera cosmogonía con tal evidencia que nadie se pregunta por qué. Ni siquiera Precious: no cuando se presenta a su primera cita, con el red tea y con la belleza de la mañana africana.

«Todos cuidamos de otro, al menos en Botsuana, donde las personas buscan y tienen en cuenta los vínculos invisibles que unen a los seres humanos, que están en la raíz de sus relaciones» (Alexander McCall Smith, Un miracolo nel Botswana, traducción de Stefania Bertola, Parma, Guanda, 2010). Este es el género de reflexiones que hace la señora Ramotswe bebiendo el té y comenzando a comentar el caso del día. «Tal vez en medio de esa multitud de amigos y parientes, alguien está solo, alguien ha perdido a su gente»; hay quien ni siquiera tiene el lujo de poder disfrutar de un nombre, de un parentesco.

Así, repensando en el amado padre Obed, la detective extiende su investigación hasta la perspectiva más remota: «Creía firmemente que a su tiempo —pero no demasiado pronto, esperaba— lo encontraría en aquel lugar que era Botswana pero no era Botswana, aquel lugar donde caía una llovizna constante y el ganado era feliz. Y tal vez aquel día las personas que no tenían a nadie descubrirían que existía alguien para ellos. Quizás».

de Isabella Farinelli

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