El «poder escondido» del trabajo manual

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Martine Gilsoul

Doctoranda en Ciencias de la educación, Comunidad del Emanuel

«Los soldados de escolta eran de varios tipos. Algunos eran tremendos, como Poljakov, el jefe, que se enfurecía si veía una flor bordada en el uniforme, pero también había algunos humanos»1. Kommunella Markman recuerda con una cierta mirada positiva, que nos sorprende, los años trascurridos en el campo de concentración, convencida que su experiencia le ha dado la posibilidad de conocer verdaderamente a la humanidad: «No se puede creer nunca que se ha comprendido a una persona… el ser humano te puede sorprender siempre. […] Por ejemplo, ¡las mujeres! ¡No es posible imaginarse lo que pueden ser las mujeres! Regresaban del trabajo deshechas pero se arreglaban el peinado porque querían estar bellas. Escribían cartas, bordaban pañuelitos, no teníamos casa, ni vida privada, no teníamos esperanza, pero sí vida. Y teníamos amistad y amor. ¡Cuántas se casaron después del campo! […] entendí que el NKVD estaba derrotado, porque no iba a lograr con ningún medio arrancar de los hombres la humanidad».

Habría mucho que decir sobre estas vidas de mujeres, hermosísimas y valientes, pero quiero detenerme aquí en su primera afirmación: ¿Cómo puede ser que un bordado tenga este poder de hacer enfurecer a un guardia? ¿Será por la gratuidad del gesto? ¿Por la belleza de un dibujo allí donde no hay lugar para ella? ¿Será que han usado tantos medios para quitar la dignidad a los prisioneros? ¿Cómo así estas mujeres, privadas de todo, obligadas a trabajos muy pesados, encontraban la fuerza, tras horas de trabajo inhumano, de bordar? ¿Será que en esta actividad se esconde un “poder” especial, será que encontraban en ella algún alivio?

Desde cuando me asomé al mundo Montessori, me fui dando cuenta de la importancia de trabajar con las manos, ¡y no solo para los niños! María Montessori consideraba la mano un órgano del espíritu. Richard Sennett, sociólogo estadounidense, discípulo de Hannah Arendt, aunque se distancia de ella en su visión del trabajo, estudió largamente el beneficio del trabajo manual. Resumiendo su pensamiento se puede decir que Sennett llegó a la conclusión de que cuando la mano se divorcia del espíritu, es el espíritu el que paga el precio2. El trabajo de la mano encuentra así un valor que muy a menudo es descuidado, pues se le ve como pérdida de tiempo o como algo menos interesante. Esto significa también que el trabajo de las manos nos permite estar en mayor contacto con la realidad (la verdadera, la que es en tres dimensiones y no la ficticia de juegos en un tablet), y que nos da la posibilidad de estar en contacto con nosotros mismos. A fuerza de manipular tantos touch screen hemos olvidado que tenemos oro en las puntas de los dedos.

Desde hace algunos años acompaño un grupo de chicas que trascurren en Roma una parte de sus estudios. Una vez al mes tenemos encuentros para hablar de la mujer (antropología, diferencia sexual y temas relacionados a la vida femenina…). Para el encuentro de noviembre, tras haber escuchado el Evangelio de la parábola de los talentos, tuve una idea, que me parecía sencilla y hasta trivial: pedir a cada una que encuentre en sí al menos dos talentos. ¡No pensaba que iba a provocar una crisis en algunas de ellas! Llantos, «no tengo ningún talento», «es imposible»… ¿Era posible que chicas tan capaces, tan llenas de vida, tuvieran esta reacción? ¿Qué estaba pasando?

Salí preocupada de aquella reunión. Luego pensé en los diálogos con ellas y me di cuenta de que mientras más pasan los años, y voy viendo a las jóvenes cambiar, año tras año, más veo en ellas dificultad a hablar de sí. En el plano espiritual y teológico son inmejorables, (aprendo mucho de ellas), pero en lo que se refiere a su humanidad hay como una obra en construcción, donde se podría decir que faltan los fundamentos. Es como si no supieran quienes son, como si no supieran qué les gusta hacer o qué hacen bien, llegando incluso a lanzarse a discursos genéricos sobre los problemas de la sociedad… Entonces me pregunto cuál “eficacia” tiene un discurso teórico que no esté sostenido por la “carne”, que no tenga raíces en la vida.

Un querido amigo mío, que ahora es obispo, me decía hace unos años: «Con los jóvenes de hoy es necesario primero enseñarles a ser hombres y mujeres, luego pasar a lo espiritual». ¡Qué cierto es! Así que respecto a estas chicas empecé a hacerles reflexionar sobre sus deseos profundos. ¿Cómo pueden amarse a sí mismas si no se conocen, si no saben de qué son capaces? Edith Stein dice precisamente esto cuando escribe que la mujer corre el riesgo de perder su “forma” y de dispersarse cuando no está comprometida a fondo en un trabajo o en una actividad. Creo que todas hemos tenido la experiencia del gran riesgo que corremos cuando queremos hacer todo y al final resulta que no logramos hacer nada. Es importante, entonces, hacer un trabajo de objetivación, interrogándonos sobre las cosas que nos gusta hacer y que nos ayudan a tener más confianza en nosotras mismas, a compartir nuestros talentos con otros. No importa que se haya recibido dos, cinco o diez talentos; pero es mi responsabilidad hacerlos dar fruto.

A menudo existe para nosotras la tentación de olvidarnos de nosotras para ayudar a los demás. Me parece que haciendo eso se desatiende el mandamiento de Jesús: «Ama a tu prójimo como a ti mismo». ¿Cómo así olvidamos siempre estas últimas cuatro palabras? Y entonces cuando hago algo que me gusta me asaltan sentimientos de culpa. No hay egoísmo en tomar algo de tiempo para uno mismo, es más, vemos que las mujeres que cada cierto tiempo se conceden un placer son más capaces de abrirse a los otros. Tengo varias amigas, madres, abuelas ocupadísimas en distintos campos, que han encontrado gran ayuda en seguir un curso de actividad manual, cerámica, découpage, coser o algo semejante. Una de ellas me decía que al salir se sentía mejor, llena de energías para entregar a los demás. El día de mi cumpleaños me inscribí a un curso de “construcción con cartón”: en el método Montessori se usan muchas cajas y diversas bandejas que cuestan no poco. ¡Fue una jornada que me hizo mucho bien! No sólo por el sano orgullo de haber construido una caja muy bella (con tapa) sino también porque trabajar con las manos relaja, la precisión tiene un sentido y da seguridad. Entonces retomemos el crochet, el libro de recetas, la pluma para escribir cartas, tijeras y agujas. Preguntemos a las abuelas cómo se hace. Re-encontremos el uso de nuestras manos. ¡A trabajar!





 

1 A. Bonaguro, M. Dell’Asta, G. Parravicini, Vive come l’erba... Storie di donne nel totalitarismo, (Vivas como la hierba, historias de mujeres en el totalitarismo) La casa di Matriona, Milano 2015, p. 71-74. Tras una lección de historia durante la cual queda impresionada por las palabras sobre la justicia, Kommunella funda, con cinco compañeros de clase, un grupo terrorista clandestino «Muerte para Berija» que escribe volantes y los pega a los muros. En 1948, cuando ya el grupo no existe, sus miembros son arrestados; ella tendrá entonces 24 años. Tras cinco meses de investigaciones es condenada a 25 años en los campos de concentración y 5 años de privación de derechos civiles. Tras 8 años es liberada.

 

 

2 R. Sennett, Ce que sait la main. La culture de l’artisanat, Albin Michel, Paris 2010.

 

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