La teoría del gender en sus formulaciones más radicales niega que exista algún significado propiamente humano en el diferir originario de la mujer y del hombre e interpreta su diferencia como mera construcción socio – cultural que, en cuanto tal, puede ser reconstruida dejando a la libertad de los sujetos la decisión de la identidad sexual personal, completamente independiente del dato biológico.
No cabe duda de que, en el plano de la difusión de la opinión pública, esta aproximación es seguramente la más conocida, pero, a nivel de la reflexión propiamente filosófica, no resulta menos relevante el llamado pensamiento de la diferencia sexual que intentaremos analizar sintéticamente, refiriéndonos a la formulación de Luce Irigaray, para así individuar sus aspectos positivos y sus límites intrínsecos[1].
El pensamiento de la diferencia sexual se distingue drásticamente de la teoría del gender desde sus premisas, puesto que afirma decididamente el carácter originario de aquella diferencia inscrita en el cuerpo sin la cual el ser humano es impensable.
Ello significa que, en cada acto que cumple, el sujeto está caracterizado por la diferente pertenencia sexual que tiene además el significado de una originaria apertura intencional al otro sexo, es decir, de una intrínseca relacionalidad que es el fundamento de toda relación concreta que se instaura entre los dos y que es horizontal, es decir, excluye cualquier forma de subordinación jerárquica.
En otros términos, se debe afirmar que no existe un sujeto humano abstractamente neutro, respecto al cual el carácter sexuado sea derivado y sucesivo, sino que la diferencia se coloca en el plano de la esencia, que es el plano de una subjetividad originariamente dual.
En tal modo la diferencia sexual se configura como el prototipo de toda diversidad entre seres humanos, puesto que nadie puede ser considerado como una copia carente y deficitaria respecto a un modelo único y privilegiado.
Incluso la relación entre naturaleza y cultura es, así, releída en la óptica de la diferencia sexual y rechazada cualquier contraposición entre un ideal del hombre como sujeto cultural y la mujer vista de la parte de la naturaleza y por ello inferior, puesto que ambos sujetos son, justamente por su naturaleza, intrínsecamente culturales.
Tras este análisis extremadamente sintético emerge con claridad que, respecto a la teoría del gender, encontramos aquí presentes puntos útiles para una lectura de la diferencia sexual que adhiera mejor a la totalidad de la persona, mujer y hombre.
Sin embargo, en estas mismas consideraciones es posible descubrir los límites que marcan esta aproximación y que se encuentran principalmente en el concepto de esencia humana que se utiliza y que parece reducirse a la abstracción de un concepto, respecto al cual solo la diferencia es concretamente existencial; se transforma así la originariedad de la diferencia en una absolutez tal que excava entre la mujer y el hombre un abismo insalvable poniendo en riesgo la posibilidad misma de la relación entre los sexos.
Es decir, se hace filosóficamente necesaria una profundización del concepto de naturaleza humana que, si bien es cierto que no puede ser pensada sin el diferir originario, es al mismo tiempo cierto que no es una abstracción puesto que comprende los caracteres de inteligencia y voluntad libre que pertenecen igualmente a la mujer y al hombre.
La antropología cristiana, fundada en la visión de la mujer y el hombre, creados ambos a imagen de Dios, con un único acto que los ha puesto en la idéntica humanidad originariamente diferenciada, revela, a este respecto, toda su fecundidad permitiendo asumir los aspectos positivos de este pensamiento, que reivindica el carácter originario de la diferencia, en una concepción articulada y unitaria en la cual identidad humana y diferencia sexual queden armónicamente integradas.
Giorgia Salatiello
[1] Para todo este análisis y para la bibliografía, cfr. Salatiello, Georgia, Donna – Uomo. Recerca sul fondamento. Napoli. Grafitalica, 2000.