Las auditoras en el Concilio Vaticano II

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Este artículo está tomado del Noticiario del Consejo Pontificio para los Laicos 

El presente artículo continúa las reflexiones a partir del estudio del Archivo de Auditores del Concilio Vaticano II que se conserva en el Pontificio Consejo para los Laicos. En un primer artículo presentamos a los auditores y auditoras laicos. Aquí nos concentraremos en la figura y el trabajo de las auditoras.

En la segunda sesión del Concilio Vaticano II, celebrada en el otoño de 1963, una de las intervenciones más aplaudidas fue la del Cardenal Leo Josef Suenens, Arzobispo de Bruselas, el 22 de octubre; esta intervencion es recordada con aprecio en los archivos. Hablando de los laicos, el Cardenal se refirió a los dones de gracia y carismas otorgados a ellos y luego hizo referencia particular a los carismas presentes en las mujeres; hizo un llamado a que se incrementara el número de auditores laicos (que en la segunda sesión era de 13 hombres) para incluir también a mujeres «que constituyen la mitad de la humanidad».

Durante la segunda sesión se escucharon pedidos de otros padres en esa línea. Mientras se acercaba el inicio de la tercera sesión, crecían las expectativas y los rumores en la prensa sobre la posibilidad de una presencia de más auditores laicos y sobre todo mujeres. Los rumores encontraron por fin fundamento cuando, pocos días antes de la apertura de la tercera sesión conciliar, el Papa Pablo VI anticipó, en una homilía a un grupo de religiosas, que había decidido invitar mujeres como auditoras.

Releyendo las palabras del Papa Pablo VI en aquella ocasión se percibe la novedad de ese momento en la vida del Conclio. El Papa hacía el anuncio con alegría: «Hemos dado disposiciones para que también algunas mujeres calificadas y devotas asistan, como Auditoras, a muchos de los ritos solemnes y muchas de las Congregaciones generales de la próxima Tercera Sesión… diríamos que a aquellas Congregaciones donde las cuestiones que se discutan puedan interesar particularmente la vida de la mujer.» (Pablo VI, Homilía a Religiosas en fiesta de la Natividad de María, 8 de septiembre de 1964). Es interesante constatar que en realidad no hubo restricciones en la participación de las auditoras: no participaron en muchas sino en todas las Congregaciones generales a partir de su nombramiento y no solamente cuando se discutían temas referidos particularmente a la vida de la mujer, sino siempre.

Recordemos los nombres y nacionalidades de las auditoras. En 1964 fueron nombradas nueve religiosas, algunas ocupaban cargos de liderazgo en uniones internacionales de religiosas. Ellas fueron: Costantina Baldinucci (Italia), Claudia Feddish (Estados Unidos), Cristina Estrada (España), Marie Henriette Ghanem (Líbano), Mary Luke Tobin (Estados Unidos), Marie de la Croix Khouzam (Egipto), Sabine de Valon (Francia), Juliana Thomas (Alemania), Suzanne Guillemin (Francia). En 1965 se añadió a estas Jerome M. Chimy (Canadá). Fueron nombradas además ocho laicas, todas núbiles, tenían cargos directivos en asociaciones laicales internacionales; y dos viudas de guerra. En 1964 fueron: Pilar Belosillo (España), Rosemary Goldie (Australia), Marie-Louise Monnet (Francia), Anne Marie Roeloffzen (Holanda), Alda Micheli (Italia), Amalia Dematteis viuda Cordero Lanza di Montezemolo (Italia), Ida Marenghi viuda Grillo (Italia). En 1965 se añadieron Margarita Moyano Llerena (Argentina), Gladys Parentelli (Uruguay) Gertrud Ehrle (Alemania), Hedwig von Skoda (Suiza) y una pareja invitada a participar en cuanto matrimonio: José y Luz María Álvarez Icaza (México).

La primera que entró al aula conciliar fue la laica francesa Marie-Louise Monnet, fundadora del MIAMSI, el 25 de septiembre de 1964. Pocos días después la siguieron las demás, a medida que llegaban a Roma tras recibir su nombramiento. Su presencia inicialmente sorprendía, quizá hasta incomodaba a algunos; pero fue saludada por la mayoría como una interesante novedad. Incluso se narra como algunos padres conciliares, durante sus intervenciones, las saludaban como chiarisimae sorores… En los primeros días los fotógrafos de la prensa parecían encontrar particular interés en retratarlas y su presencia era ocasión de titulares en periódicos del mundo. Sin embargo, con el paso de los días esta presencia femenina en el aula conciliar fue haciéndose cada vez más normal, parte del ritmo cotidiano del Concilio.

La participación de las auditoras fue especialmente significativa en las comisiones para la redacción del decreto sobre el Apostolado de los Laicos y del entonces llamado “Esquema XIII” que luego pasó a ser la Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el Mundo Moderno, Gaudium et spes. La historia de estos dos documentos llegó a un momento culminante en el período inter-sesiones, tras el cierre de la tercera sesión en diciembre de 1964 y la apertura de la cuarta y última sesión, en septiembre de 1965. Ambos documentos habían sido presentados a la plenaria del Concilio en la tercera sesión y habían recibido importantes apreciaciones y críticas. Durante los primeros meses de 1965 diversas comisiones y sub-comisiones de trabajo se reunieron para discutir los esquemas y hacer los cambios necesarios, consultando ampliamente a numerosos laicos y laicas, dentro y fuera del grupo de auditores.

También es interesante notar que los auditores fueron invitados en diversas ocasiones a dirigir la palabra al pleno de la Asamblea Conciliar tanto en la III como en la IV sesión, como tuvimos ocasión de recordar en el artículo anterior. Sin embargo, a pesar de que el grupo de auditores insistió en repetidas ocasiones para que en alguna de estas intervenciones fuera dada la palabra a una mujer, esto no sucedió. Alguna figura de autoridad, citada sin ser nombrada en los testimonios del Archivo, explicó a los auditores que tal pedido fue considerado “prematuro”; quizá es cierto que en aquel contexto podría haber causado más perplejidades que beneficios.

Los documentos del archivo de Auditores dan testimonio de una cierta radicalización de posturas posterior al Concilio en algunas de las auditoras, que empezaron a abogar por reformas que iban mucho mas allá de lo decidido por el Concilio, haciéndose representantes de aquel fenómeno de la Iglesia post-conciliar que el Papa Benedicto XVI llamaba «hermenéutica de la discontinuidad» (cf. Benedicto XVI, Discurso a la Curia Romana con ocasión del intercambio de felicitaciones por Navidad, 22 de diciembre de 2005). Por ejemplo, algunas se tornaron abogadas de la causa de la ordenación sacerdotal femenina. La información presente en el archivo no es suficiente para un análisis de lo que puede haber sucedido; sin embargo, durante los años inmediatamente sucesivos al Concilio algunas parecen no haber tenido suficiente discernimiento entre los cambios y lo que debía permanecer pues, siendo «la sustancia de la antigua doctrina, del depositum fidei», no estaba sujeto a reforma (Cf. Juan XXIII, Discurso en la solemne apertura del Concilio Vaticano II, 11 de octubre de 1962). A veces en los documentos se puede percibir, entre auditores y auditoras, una postura de apertura al mundo quizá un poco a-crítica, siendo en cambio excesivamente crítica de las prácticas tradicionales. Sin embargo, a pesar de esto, el balance final de la presencia de auditores y auditoras en el Concilio puede decirse positivo y sin duda instrumental de la acción del Espíritu Santo, que se valió de ellos para impulsar la renovación conciliar y ayudarnos a la actual conciencia de la importancia de la mutua colaboración de hombres y mujeres, jerarquía y laicos, en la misión de la Iglesia.

Terminemos este testimonio del trabajo de las auditoras con las palabras de Rosemary Goldie, poco después de clausurado el Concilio, cuando se le pregunta por lo que más la impresionó en su primera entrada al aula conciliar: «Mi primera impresión, la recuerdo muy bien. Entré a la Basílica de San Pedro por la Puerta Santa Marta. Esta entrada conduce directamente a la capilla del Santísimo Sacramento. Al entrar, vi una enorme cantidad de obispos de rodillas y rezando. Esto me impresionó muchísimo. El Concilio es ante todo la oración de los obispos ... ¿no es así? Se trata de una curiosa mezcla de solemnidad casi litúrgica y de simplicidad familiar, ¡sobre todo cuando los obispos dejan sus puestos para ir a la barra por un café!» (Entrevista a Rosemary Goldie, texto presente en el Archivo Auditores del Pontificio Consejo para los Laicos, original en francés). En otro texto suyo anota respecto a la contribución de las auditoras que, más que establecer qué aportes específicos hizo cada una en los debates o en la redacción de los textos, lo importante es el hecho de que su presencia pasara de ser novedosa y extraña a ser algo normal. Para Goldie, la presencia femenina como auditoras en el Concilio fue una de las muchas expresiones de una renovada conciencia que la Iglesia iba teniendo de sí misma, bajo la acción del Espíritu (Cf. R. Goldie, «An Auditor at the Council», Publicado en Direction: National Magazine for Adult Sodalists, St Louis Missouri, April-May 1965, p.27).


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