Ottobre 2011

Un año más, la Iglesia se encuentra en el mes de octubre viviendo su mes misionero. Entre los documentos guía que nos deben acompañar en el camino de cada cristiano destaca la carta encíclica del beato Juan Pablo II Redemptoris Missio. Es un documento importante que, no obstante el transcurso del tiempo, continúa interpelando nuestras conciencias de bautizados, sacándonos de la pereza de un cristianismo cansado, desanimado, que se toma a sí mismo como referencia, nos saca de un conservadurismo inmóvil, cómodo (un “cristianismo de zapatillas” - como dijera alguien), exhortándonos a dirigir la mirada hacia los horizontes fascinantes del encargo misionero de Jesús: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación» (Mc 16, 15). Por ello, vale la pena recordar algunos de sus contenidos esenciales.

En nuestro mundo aumenta continuamente el número de aquellos que ignoran a Cristo, tanto en los países de antigua tradición cristiana como en aquéllos de misión ad gentes como África y Asia. Por ello, crece la urgencia de la evangelización misionera que «constituye el primer servicio que la Iglesia puede prestar a cada hombre y a la humanidad entera» (Redemptoris Missio, n. 1). En tal situación – a menudo dramática – el Papa pide un renacimiento de la conciencia misionera en todo el pueblo de Dios, enfatizando con fuerza que «ningún creyente en Cristo, ninguna institución de la Iglesia puede eludir este deber supremo: anunciar a Cristo a todos los pueblos» (Redemptoris Missio, n. 3) y que «la misión atañe a todos los cristianos», en particular a los fieles laicos, porque «¡La fe se fortalece dándola!» (Redemptoris Missio, n. 2).

El punto de partida y la razón de la obra misionera de la Iglesia es el derecho de «toda persona […] a escuchar la “Buena Nueva” de Dios que se revela y se da en Cristo, para realizar en plenitud la propia vocación» (Redemptoris Missio, n. 46). Es un derecho al que corresponde el preciso deber de los bautizados de evangelizar el mundo, según las palabras del Apóstol de los gentiles: «Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio!» (1 Co 9, 16). Pero en cada época, y mucho más aún en nuestros días, la Iglesia necesita verdaderos testigos del Evangelio para hacer frente al desafío misionero. «El hombre contemporáneo – escribe Juan Pablo II, citando a Pablo VI - cree más a los testigos que a los maestros; cree más en la experiencia que en la doctrina, en la vida y los hechos que en las teorías» (Redemptoris Missio, n. 42). A los misioneros testigos, el Papa les recuerda el deber de la santidad, afirmando que «el futuro de la misión depende en gran parte de la contemplación. El misionero, si no es contemplativo, no puede anunciar a Cristo de modo creíble» (Redemptoris Missio, n. 91).

Los desafíos con los que la Iglesia debe enfrentarse en nuestra época para anunciar el Evangelio son grandes y complejos, y el Papa no los esconde. El mensaje de la Redemptoris Missio es sin duda positivo y lleno de esperanza. En la carta encíclica, Juan Pablo II, además de destacar los hechos negativos que pueden inducir al pesimismo, nos anima enunciando la llegada de «una gran primavera cristiana, de la que ya se vislumbra su comienzo» (Redemptoris Missio, n. 86). Concluyendo subraya: «Nunca como hoy la Iglesia ha tenido la oportunidad de hacer llegar el Evangelio, con el testimonio y la palabra, a todos los hombres y a todos los pueblos. Veo amanecer una nueva época misionera, que llegará a ser un día radiante y rica en frutos, si todos los cristianos y, en particular, los misioneros y las jóvenes Iglesias responden con generosidad y santidad a las solicitaciones y desafíos de nuestro tiempo» (Redemptoris Missio, n. 92).

Mensaje del Presidente


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