Mensaje Julio-Agosto 2012

Los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades son lugares de una profunda y sólida formación cristiana. Se caracterizan por una rica variedad de métodos e itinerarios educativos extraordinariamente eficaces. Pero ¿cuál es el motivo de su fuerza pedagógica? Este “secreto” se encuentra, por así decir, en los carismas que los han generado y que constituyen el alma. Es el carisma que genera la «afinidad espiritual entre las personas» y que da vida a la comunidad y al movimiento. Gracias a ese carisma se puede reproducir la fascinante experiencia originaria del acontecimiento cristiano, cuyo testigo particular es cada fundador en la vida de tantas personas y en diferentes generaciones de personas, sin que se pierda nada de su novedad y frescura. El carisma es la fuente de la extraordinaria fuerza educativa de los movimientos y las nuevas comunidades. Se trata de una formación que parte de una profunda conversión del corazón. No en vano, estas nuevas realidades eclesiales cuentan entre sus miembros numerosos conversos, gente que “viene de lejos”. Al inicio de este proceso siempre hay un encuentro personal con Cristo, el encuentro que cambia radicalmente la vida. Es un encuentro mediado por testigos creíbles, que han vivido en el movimiento la experiencia de los primeros discípulos: «Ven y verás» (Jn 1,46). En la vida de los miembros de movimientos eclesiales y nuevas comunidades siempre hay un “antes” y un “después”. La conversión del corazón es, a veces, un proceso gradual que necesita tiempo, otras veces es como un relámpago, inesperado e impresionante, pero que siempre es vivido como un don gratuito de Dios que llena el corazón de felicidad y se convierte en un recurso espiritual para toda la vida. «Dios existe, yo me lo encontré». ¡Cuántos miembros de movimientos eclesiales y nuevas comunidades podrían hacer suyas estas palabras de André Frossard, que también fue un converso!

La formación es el ámbito por excelencia en el que se expresa la originalidad de los carismas de los diferentes movimientos y comunidades, en los que cada uno basa el proceso educativo de la persona en una pedagogía propia específica. Es, por lo general, una pedagogía cristocéntrica que se orienta en lo esencial, es decir que despierta en la persona la vocación bautismal, propia de los discípulos de Cristo. Es una pedagogía radical que no diluye el Evangelio, pero que exige y tiene ante sí la meta de la santidad. Es una pedagogía que se desarrolla dentro de pequeñas comunidades cristianas que – sobre todo en una sociedad “atomizada”, donde se extienden la soledad y la despersonalización de las relaciones humanas – llegan a constituir un indispensable punto de referencia y de apoyo. Es una pedagogía que, al abrazar e incluir todas las dimensiones de la existencia de una persona, crea una conciencia de pertenencia “total” al movimiento. Es una pertenencia que es diversa a cualquier adhesión a un grupo o círculo sectorial de diferentes tipos y que se traduce en una fuerte conciencia de pertenencia a la Iglesia y un vivo amor por la Iglesia. Por ello, no es osado si afirmamos que los movimientos y las nuevas comunidades son verdaderas escuelas para la formación de cristianos “adultos”. Como escribía hace algunos años el cardenal Joseph Ratzinger, son «nuevos modos fuertes de vivir la fe, que reaniman a las personas y les dan vitalidad y alegría: una presencia de fe, en suma, que significa algo para el mundo».

Mensaje del Presidente


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