Mensaje Noviembre 2011

En el mundo postmoderno, enormemente secularizado, no faltan los desafíos a los que hay que dar una respuesta concreta e inmediata. El papa Juan Pablo II hablaba de una peligrosa “apostasía silenciosa” de parte de no pocos bautizados en nuestra Europa. Benedicto XVI a menudo hace referencia a un “cristianismo cansado” y desalentado, que tiene que redescubrir la alegría y el entusiasmo de la fe, y a un “extraño olvido de Dios”, que hace que uno viva como si no existiese Dios. La cultura postmoderna hace todo lo posible por eliminar a Dios del horizonte de la vida. Sin embargo, no faltan signos de esperanza, pues son tantos los laicos – hombres y mujeres – que redescubren la belleza de ser cristianos y que viven con alegría y pasión su pertenencia a Cristo y a la Iglesia. Impresiona su capacidad de tomar decisiones radicales por el Evangelio y sorprenden sus testimonios de auténtica santidad.

Tendiendo estos hechos de fondo, podemos resumir las grandes tareas que la Iglesia tiene en relación al laicado en tres conceptos: identidad, presencia y formación.

El mundo postmoderno intenta desdibujar y confundir la identidad de bautizados. Por ello hay que volver a lo esencial y a estimular el crecimiento de personalidades cristianas maduras y coherentes. Ser cristianos laicos es una verdadera vocación y conlleva una misión en la Iglesia y en el mundo. Un laico es un cristiano que vive y testimonia Cristo en el corazón del mundo como levadura evangélica y como sal de la tierra. Benedicto XVI dice que no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que es Cristo. Nuestra identidad cristiana, que brota del bautismo y es sellada sacramentalmente en el bautismo, es plasmada y alimentada por este encuentro.

El segundo grande problema es el de una presencia cristiana incisiva en el mundo. La cultura dominante quiere relegar la fe al ámbito de las cuestiones estrictamente privadas, haciendo que los cristianos sean invisibles porque resultan incómodos. La laicidad del Estado tiende a transformarse en un laicismo fundamentalista y hostil. Los laicos cristianos, para ser de verdad lo que son y poder anunciar a Jesucristo, tienen que tener valor – más valor – para ir contracorriente. Se necesita más unidad entre fe y vida, y esto vale sobre todo para los que tienen responsabilidades sociales, culturales y políticas.

La formación de identidades cristianas fuertes y una presencia de los cristianos más visible e incisiva en la vida pública, necesitan un conocimiento más profundo de la doctrina social de la Iglesia y una sólida educación en la fe. Es una tarea ardua en nuestros días, donde se registra una preocupante emergencia educativa sobre la que Benedicto XVI vuelve a menudo. En la formación de los laicos hoy hay que volver a partir de los mismos cimientos, es decir del significado del bautismo y de la fe que no se puede dar por descontado ni siquiera entre los bautizados. La formación de un laicado maduro y consciente requiere una verdadera y propia iniciación cristiana postbautismal que favorezca el encuentro personal con Cristo Maestro. Importantes puntos de referencia para esta formación son el Catecismo de la Iglesia Católica, porque la ignorancia de la fe es siempre un grave peligro, y El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, que es un vademecum seguro para los laicos cristianos llamados a dar su contribución para la solución de los graves problemas que afligen el mundo contemporáneo.

Mensaje del Presidente


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