Las Jmj, la pastoral juvenil y las vocaciones

padre-jacquinet

Como mi responsabilidad en el Consejo Pontificio para los Laicos consiste tanto en el acompañamiento de la preparación de las Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ), como en la reflexión sobre la pastoral juvenil, mi intervención versará sobre dos aspectos:

1. ¿Cómo contribuyen las JMJ en la maduración de las vocaciones?

2. ¿Cómo se puede plantear la pastoral juvenil para que se favorezca el nacimiento de vocaciones?

 

La JMJ es un lugar fecundo para la llamada vocacional

De regreso de la JMJ de Colonia, Benedicto XVI dijo:

“Pero ahora quisiera recordar un encuentro singular, el que celebré con los seminaristas, jóvenes llamados a un seguimiento personal más radical de Cristo, Maestro y Pastor. Quise que hubiera un momento específico dedicado a ellos, entre otras cosas, para poner de relieve la dimensión vocacional típica de las Jornadas Mundiales de la Juventud. Muchas vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada han surgido, a lo largo de estos veinte años, precisamente durante las Jornadas Mundiales de la Juventud, ocasiones privilegiadas en las que el Espíritu Santo hace oír con fuerza su llamada” (Audiencia General del 24 de agosto de 2005).

De hecho, sabemos por experiencia que las JMJ, más allá del fantástico dinamismo pastoral que han generado, han contribuido enormemente al despertar de las vocaciones sacerdotales y religiosas. Una encuesta en un seminario de un país que haya acogido una JMJ lo puede demostrar rápidamente.

¿Cómo es que las JMJ dan una preciosa contribución en el ámbito de las vocaciones? Las razones son múltiples.

Fundamentalmente, la JMJ es una epifanía de Dios y de la Iglesia. Juan Pablo II definía la JMJ como un tiempo de encuentro con Cristo. Todo el proyecto pastoral de la JMJ está orientado hacia un encuentro por medio de las catequesis, las celebraciones eucarísticas, la invitación al sacramento de la reconciliación, la adoración eucarística y los contactos entre los jóvenes de diversos países, en un clima de alegría y comunión. Este evento no es un “fuego de paja”, como a menudo se ha temido, porque se sitúa en el corazón de una peregrinación que comienza con la preparación espiritual en el año que precede la JMJ (con la ayuda del Mensaje del Santo Padre sobre el que los grupos están invitados a meditar), para poder proseguir con los días en las diócesis antes del encuentro en la grande metrópoli. La JMJ termina con un envío misionero. Lo mismo que sucedió a los discípulos de Emaús cuando encontraron a Jesús, los jóvenes pueden encontrar al Resucitado y volver a casa para unirse a una comunidad cristiana y dar testimonio. Conocemos el impacto de las JMJ: éstas constituyen un grande estímulo para los grupos juveniles (en los colegios católicos, en los movimientos y en las parroquias), dándoles un nuevo impulso después del evento.

Quisiera subrayar dos aspectos particularmente significativos de la experiencia espiritual fundamental que han hecho tantos jóvenes durante la JMJ. Desde hace algunos años (sobre todo a partir de Colonia 2005), la adoración eucarística tiene cada vez más espacio en el programa a petición de tantísimos jóvenes que se definen ellos mismos como la “generación eucarística”. Por otro lado, las confesiones tienen un “éxito” sorprendente. Los jóvenes experimentan que son amados por Aquel que se hace presente mediante su sacrificio eucarístico y están salvados mediante su perdón. Estos son los dos fundamentos de cada vida cristiana, pero también de cada vocación. ¿No son quizás los sacerdotes y los consagrados los testigos de la Misericordia y de los instrumentos de la salvación?

En esto, la JMJ está profundamente centrada en el misterio pascual. Así, el símbolo de la JMJ es la Cruz que Juan Pablo II regaló a los jóvenes al finalizar el Año Santo de la Redención 1983-1984. Esta Cruz prepara la JMJ yendo en peregrinación a todos los países que acogen el evento, para ser entonces el centro de las celebraciones, en particular del Vía Crucis del viernes. En su interpretación de la JMJ de Sydney, Benedicto XVI subrayó:

“Ante todo, es importante tener en cuenta el hecho de que las Jornadas Mundiales de la Juventud no consisten sólo en la única semana en que se hacen visibles públicamente al mundo. Hay un largo camino exterior e interior que lleva a ellas. La Cruz, acompañada por la imagen de la Madre del Señor, realiza una peregrinación a través de los países. […] Las Jornadas solemnes son  sólo la culminación de un largo camino, en el que se encuentran unos con otros, y juntos se encuentran con Cristo. En Australia, no por casualidad, el largo Vía Crucis a través de la ciudad se convirtió en el acontecimiento culminante de esas jornadas. Ese Vía Crucis resumía una vez más todo lo que había acontecido en los años anteriores e indicaba a Aquel que nos reúne a todos: el Dios que nos ama hasta la cruz” (Discurso a la Curia Romana, 22 de diciembre de 2008).

Es conocida la estrecha relación entre la vocación sacerdotal y el misterio de la Cruz. Puesto que la Cruz está en el centro de la propuesta pastoral, no hay que extrañarse que nazcan las vocaciones pastorales. Algunos sacerdotes jóvenes dan también testimonio de la importancia de la Cruz de las JMJ en su camino vocacional. Podemos decir que algunas vocaciones nacieron al pie de la Cruz.

Otro aspecto de la JMJ contribuye a su dimensión vocacional: la dimensión del servicio. La organización de la JMJ se basa sobre todo en el compromiso de los jóvenes que se hacen cargo de parte de la responsabilidad. Son los jóvenes responsables en las diócesis y en los movimientos. Son los voluntarios que transcurren semanas o meses en la ciudad de la JMJ para dedicarse a la acogida, planificación, seguridad, las traducciones, la liturgia. En Madrid hubo 22.500 voluntarios de diversos países. Esta responsabilización de los jóvenes que dan un poco de su tiempo a la Iglesia, evidentemente constituye una fuerte llamada.

En este contexto, el Papa y los obispos lanzan una explícita llamada vocacional. El Santo Padre tuvo en Madrid la intención de lanzarla en la Vigilia. Su texto, que no pudo pronunciar a causa del temporal, pero que los jóvenes pudieron leer después, decía:

“A muchos, el Señor los llama al matrimonio, en el que un hombre y una mujer, formando una sola carne (cf. Gén 2,24), se realizan en una profunda vida de comunión. […] A otros, en cambio, Cristo los llama a seguirlo más de cerca en el sacerdocio o en la vida consagrada. Qué hermoso es saber que Jesús te busca, se fija en ti y con su voz inconfundible te dice también a ti: «¡Sígueme!» (cf. Mc 2,14)” (Discurso previsto para la Vigilia en Cuatro Vientos, sábado 20 de agosto de 2011).

A los voluntarios, en cambio, Benedicto XVI se expresó con palabras muy explícitas, sin duda muy abiertos a esta pregunta dado el servicio efectuado:

“Al volver ahora a vuestra vida ordinaria, os animo a que guardéis en vuestro corazón esta gozosa experiencia y a que crezcáis cada día más en la entrega de vosotros mismos a Dios y a los hombres. Es posible que en muchos de vosotros se haya despertado tímida o poderosamente una pregunta muy sencilla: ¿Qué quiere Dios de mí? ¿Cuál es su designio sobre mi vida? ¿Me llama Cristo a seguirlo más de cerca? ¿No podría yo gastar mi vida entera en la misión de anunciar al mundo la grandeza de su amor a través del sacerdocio, la vida consagrada o el matrimonio? Si ha surgido esa inquietud, dejaos llevar por el Señor y ofreceos como voluntarios al servicio de Aquel que «no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mc 10,45). Vuestra vida alcanzará una plenitud insospechada” (Discurso a los voluntarios, domingo 21 de agosto de 2011).

Otro gran motivo, por el que la JMJ es una ocasión particular para despertar las vocaciones, es la manifestación de la belleza de la Iglesia a la que nos hemos referido al inicio. Son muchos los jóvenes que se quedan impresionados, sobre todo los que viven aislados. Y en esta Iglesia, donde descubren la belleza, se encuentran con muchos sacerdotes jóvenes y con muchos jóvenes consagrados que viven con alegría su vocación. Sabemos lo importantes que son estos encuentros para que, por medio de un proceso de identificación, los jóvenes llamados por Dios puedan dar el paso de una respuesta concreta. En particular, el contacto pastoral tan privilegiado con sacerdotes jóvenes a lo largo del camino de la JMJ – en los viajes en autocar, en las horas de espera, durante las comidas – es seguramente un recurso concreto vocacional. En este contexto, como el Papa, también los sacerdotes pueden hacer esta pregunta en modo explícito.

 

La pastoral juvenil y la llamada vocacional

A continuación algunas palabras sobre la llamada vocacional en el marco de la pastoral juvenil. Numerosos pastores son bien conscientes de que la llamada vocacional la tienen que hacer sobre todo los responsables de la pastoral juvenil, en los colegios, en las universidades, en las parroquias y en los movimientos. Incluso muchas diócesis han unificado el servicio de la pastoral juvenil con la vocacional. La cuestión es saber cuál es el tipo de pastoral juvenil que puede hacer surgir las vocaciones sacerdotales y religiosas.

Hay que constatar que las vocaciones son atraídas en modo particular por los ambientes eclesiales que tienen una marcada propuesta espiritual, comunitaria y misionera. Si hacemos un análisis más profundo, nos damos cuenta de que los jóvenes avanzan en su relación con Cristo cuando crecen simultáneamente en tres direcciones, que son los tres pilares de la pastoral juvenil: la vida fraterna, la oración y la misión.

La vida fraterna es la relación con los demás cristianos, hecha de amistad, de oración, de testimonio mutuo y del compartir la fe, de misiones comunes. Esto se traduce en la participación en un grupo de jóvenes que se reúnen frecuentemente para experimentar la comunión, que es esencial para la vida cristiana y a cuyo servicio se pone cualquier vocación.

La dimensión misionera tiene diversos aspectos: el servicio al prójimo (acogida y servicio de comedores para personas sin techo, asistencia a enfermos, visita a presos), anuncio explícito de Cristo (evangelización en la calle, catecismo para niños), servicio eclesial (animación de grupos, animación litúrgica, voluntariado en las JMJ y en los lugares de peregrinación, responsabilidades varias). Se trata de abrir así los jóvenes para la diaconia y la martyria, esenciales para la vida cristiana y para todas las vocaciones.

En cada campo es necesario ofrecer a los jóvenes un camino progresivo. La participación en un grupo regular ocurre después de un período de ambientación, después de una serie de encuentros. El ingreso en la oración personal es gradual, después de momentos fuertes en los que se experimenta la presencia de Cristo y la escucha de su Palabra. Al servicio se llega por grados, conquistando la capacidad de asumir pequeñas responsabilidades. El anuncio explícito se experimenta poco a poco. Y todo está unido: por ejemplo, el anuncio explícito de la fe tiene su apoyo en la vida fraterna y de la oración. Esta evangelización hace crecer la fe y estimula la oración.

Por ello los jóvenes necesitan que se les acompañe personalmente para que puedan descubrir cómo pueden avanzar en cada uno de los niveles, tomar por ellos mismos pequeñas decisiones y ser ayudados y animados en la fidelidad a estas decisiones. Aquí intervienen el acompañamiento personal y la dirección espiritual, a menudo asegurados por sacerdotes y consagrados, creando un ámbito de una apertura real a la cuestión de la vocación. Los jóvenes necesitan tener una formación en diversos aspectos: vida fraterna y oración, servicio y evangelización. Esta formación es una catequesis estructurada que da la inteligencia de la fe, llama a la coherencia de los diversos aspectos de la propia existencia y responde a los interrogantes que ponen la vida, el mundo y la cultura.

Esta dinámica pastoral, fundada sobre estas tres dimensiones – la fraterna, la espiritual y la misionera – permite efectivamente el surgir de vocaciones. Para ponerse en camino en el seguimiento de Cristo, dejando todo por Él, el joven tiene que haber aprendido a reconocer que Dios le habla, y tiene que haber intentado hacer confiadamente lo que Dios le propone. Del mismo modo, el que ha aprendido a servir a sus hermanos, sabrá renunciar a las propias aspiraciones inmediatas. Quien ha experimentado la necesidad y la alegría de la evangelización, también estará preparado para una eventual llamada de Cristo. Quien tiene el apoyo de una comunidad, en la que cada uno desea contestar a la llamada de Dios, será también llevado en modo “natural” a ponerse la pregunta de la propia vocación. Si encuentra sacerdotes y consagrados que son felices de serlo, podrá encontrar la respuesta mucho más fácilmente.

Hay que mencionar también las propuestas de formación a tiempo pleno y de voluntariado que se dan a los jóvenes cristianos: escuelas de formación espiritual y misionera de la duración de todo un año escolar (las llamadas “escuelas de evangelización”), que son períodos de colaboración de un año o dos al servicio de una Iglesia local. Estas propuestas, que ofrecen la ocasión de detenerse y ponerse a disposición, hay que animarlas. Todos los jóvenes católicos entre 18 y 25 años deberían entregar seis meses, un año o dos de su tiempo, como lo hacen los mormones y otros grupos religiosos. Esto constituye para ellos un intenso período de formación, les abre al mundo, desarrolla su generosidad y les inserta en una lógica de servicio. Se sabe que estos años contribuyen a la maduración de vocaciones sacerdotales y religiosas. Lo mismo sucede también con experiencias más breves (de algunas semanas) de voluntariado al servicio de la Iglesia o de los más pobres.

Los jóvenes católicos son generosos. Pidámosles mucho y démosles confianza, según el ejemplo de Juan Pablo II, que despertó tantas vocaciones ante el Eterno. En este espíritu, permitidme citar a un educador jesuita sudamericano, P. Tomás Morales: “Si a los jóvenes les pides mucho, dan más; pero si les pides poco, no dan nada”.

Para concluir, quisiera añadir esto: proponer a los jóvenes de ponerse la pregunta de la vocación no forma parte de una “estrategia de reclutamiento”, sino de una verdadera pedagogía pastoral. De hecho, plantear la cuestión de una llamada a dar todo para seguir al Señor, significa ofrecer a un joven la ocasión de cumplir una etapa existencial y decisiva en su camino de fe en Jesucristo, que se basa en los dos puntos fundamentales de cada vida cristiana y cada vocación: creer que Jesús es verdaderamente el buen pastor, que tiene un proyecto para mí porque me ama personalmente, y creer también que el Salvador del mundo quiere que las personas participen en su obra de redención.

 

Testimonio de P. Eric Jacquinet al Congreso de la Obra Pontificia para las Vocaciones Sacerdotales 

Domus Pacis, Roma, 4 de noviembre de 2011

World Youth Day Magazine está disponible online

Con ocasión del Congreso Internacional sobre las JMJ "Río 2013 - Cracovia 2016", la...

Leer más


© Copyright 2011-2015  Consejo Pontificio para los Laicos | Mapa de la web | Links | Contactos

X

Desde el 1 de Septiembre de 2016,
el Consejo Pontificio para los Laicos
ha cesado sus actividades,
y sus responsabilidades y funciones fueron asumidas por el nuevo
Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida.

 
www.laityfamilylife.va

 

TODO EL MATERIAL PUBLICADO HASTA EL 1 DE SEPTIEMBRE

SEGUIRÁ ESTANDO DISPONIBLE EN ESTA PÁGINA

AUNQUE YA NO SERÁ ACTUALIZADA.