La Carta de Juan Pablo II a las Mujeres fue firmada el 29 de junio de 1995, publicada el lunes 10 de julio y presentada en una conferencia de prensa presidida por el entonces Presidente del Pontificio Consejo para los Laicos, Cardenal Eduardo Francisco Pironio, con la participación de Giulia Paola di Nicola, de la Universidad de Téramo y Maria Graça Sales, oficial del mismo Pontificio Consejo.
Se trata de un documento particular por tener el formato de “carta” dirigida «de forma directa y casi confidencial»[1] a todas y cada una de las mujeres. En el contexto inmediatamente anterior a la IV Conferencia Mundial de las Naciones Unidas sobre la mujer, el Papa habla directamente a las mujeres con el fin de comprometerlas, de interpelarlas personalmente, de invitar a todas y cada una a reflexionar sobre la responsabilidad personal, cultural, social y eclesial que brota del ser de la mujer.[2]
Muchas mujeres escribieron reacciones en respuesta a esta iniciativa del Papa agradeciéndole sus palabras, apreciando el tono novedoso y directo, adhiriéndose a la tarea que se les confiaba de comprometerse directamente en la construcción de la sociedad según las características propias del “genio femenino”. Las ediciones de L’Osservatore Romano en lengua italiana sucesivas a la publicación de la Carta reproducen numerosos escritos de mujeres que responden al Papa instaurando una suerte de “diálogo ideal” entre el Papa y las mujeres.
La Carta a las mujeres se plantea en continuidad con la carta apostólica Mulieris dignitatem de 1988, recogiendo y ampliando su mensaje. Ambos documentos ofrecen la rica perspectiva antropológica de Juan Pablo II.
La Carta a las mujeres, junto con la Mulieris dignitatem, son quizá las ocasiones donde Juan Pablo II ha expresado, más a fondo que en otros lugares, lo más radical de la realidad humana. Baste recordar pasajes de la Mulieris dignitatem de tanto calado como el de la “unidad de los dos” con la imponente interpretación de los pasajes del Génesis, en los que supera célebres negaciones de la tradición de occidente (n.7), o el de la reciprocidad como “novedad evangélica” (n.24)[3].
Esta riqueza, pasados quince años, conserva toda su fuerza de novedad, se trata de un importante patrimonio que ofrecer a la humanidad de nuestro tiempo, de cara a los desafíos actuales. Continuar
[1] Cf. S.S. Juan Pablo II, Angelus del 9 de julio de 1995.
[2] «Dada la urgencia y la complejidad de las cuestiones relativas a la condición femenina hoy, al Papa no le basta el aporte que dará a los trabajos de la Conferencia de Pekín la Delegación Oficial de la Santa Sede. Quiere comprometer personalmente a cada mujer en este trabajo, y por ello habla “directamente al corazón y a la mente” de cada una, invitándolas a reflexionar junto a él sobre sí misma y la responsabilidad cultural, social y eclesial que brota de su ser mujer (Cfr 1).» (Eduardo Card. Pironio, I destini dell’umanità nel Terzo Millennio si giocheranno nel cuore e nella mente di ogni donna, en: “L’Osservatore Romano” edición italiana, 10-11 luglio 1995).