Los Carismas en el Nuevo Testamento

carismi-nel-nuovo-testamento

Uno de los últimos trabajos del cardenal Albert Vanhoye, eminente biblista, está dedicado a un tema de gran interés para el trabajo de nuestro dicasterio: “Los carismas en el Nuevo Testamento”. El libro fue publicado en italiano por la Gregorian & Biblical Press (“I carismi nel Nuovo Testamento”, Analecta biblica 191). El trabajo de Vanhoye, como es habitual en él, es desarrollado con extremo rigor metodológico, gran atención a la estructura de los textos analizados y al contexto histórico y literario; la investigación está basada en un profundo conocimiento del status quaestionis, cuyos puntos clave discute oportunamente. La exegesis es presentada como un análisis preciso de carácter marcadamente técnico, los resultados son de gran importancia para la teología bíblica y, especialmente, para la eclesiología paulina.

La cuestión central trata el significado de la terminología charisma en el Nuevo Testamento, sobre todo en las cartas de san Pablo, donde aparece con mayor frecuencia. Se comprende plenamente la importancia de la investigación si se tiene presente el amplio uso que se está haciendo en la Iglesia del concepto “carisma” y “carismático”, sobre todo desde el Concilio, para abarcar un área semántica muy vasta y, hay que decirlo, imprecisa. Por parte de algunos teólogos, no han faltado desarrollos eclesiológicos controvertidos, basados en una presunta concepción “paulina” de carisma. En particular, Vanhoye demuele las célebres tesis de Ernst Käsemann, según el cual Pablo habría formulado conscientemente su “doctrina de los carismas” contra la idea de institución eclesiástica, formulación autorizada por el célebre teorema de la oposición carisma-institución, que se ha divulgado con todos su corolarios también entre muchos teólogos católicos, sobre todo Hans Küng, el cual es también explícitamente refutado por Vanhoye.

Después de algunas consideraciones generales de carácter lingüístico, el cardenal toma en consideración todas las (escasas) apariciones conocidas de charisma fuera del Nuevo Testamento: no se encuentra casi nada en autores paganos, algo en la Biblia de los LXX, en autores judíos y en los primeros escritos cristianos. Por otro lado, Vanhoye observa que el término carisma, aunque raro, debía ser fácilmente comprensible para quien se expresaba en lengua griega, porque deriva de una raíz muy conocida, la misma del verbo usual charizomai: charisma de por sí significa “regalo”. En el Nuevo Testamento se repite 17 veces, que no son muchas, pero 16 veces en las cartas paulinas. La mayoría de las veces, la palabra carisma se utiliza como una palabra no técnica y, por lo general, hace referencia a un don de Dios, pero con tendencia a convertirse en un sentido técnico; el nexo con el Espíritu Santo se expresa claramente sólo en 1Cor 12, 4-11.

Vanhoye analiza algunos pasajes paulinos, sobre todo 1Cor 12, donde la expresión aparece con mayor frecuencia. Para precisar el pensamiento de san Pablo, el exegeta toma en consideración toda la sección de 1Cor 12-14, de la que destaca la constitución unitaria y la estructura gracias a un análisis refinado basado en la retórica semítica. Este procedimiento le permite focalizar la intención central del apóstol, es decir la de recordar a los Corintios lo esencial, la caridad, que no es un charisma, renunciando a la rivalidad que surgía con respecto a los charismata más “clamorosos” (que no son los más importantes para Pablo): el don de lenguas y la profecía. Después de este análisis – el más amplio – el exegeta enfrenta el tema del don de lenguas en el Nuevo Testamento, el pasaje de Rom 12, 6-8, la relación de los charismata con los “dones de Cristo” en Ef 4, 7-11 y dos cuestiones especiales: charisma y celibato en 1Cor 7,7 y charisma y ministerio ordenado en las dos cartas a Timoteo.

Las conclusiones son muy interesantes. Vanhoye demuestra la continuidad y la coherencia de la eclesiología del Corpus paulinum, partiendo de la Primera Carta a los Corintios, reconocida por todos como auténtica, hasta las Cartas Pastorales; al contrario, los defensores de las posturas similares a las de Käsemann están obligados, con su opinión preconcebida, a elegir algunas cartas y a descartar otras como no paulinas para justificar sus afirmaciones. El cardenal destaca así cómo el concepto charisma es usado para indicar, en general, los dones divinos, pero que a veces adquieren un significado más “técnico”. En este caso, se refiere a los dones “especiales”, que no son concedidos a todos, por lo que tampoco son esenciales para la vida cristiana ni asociados a un ministerio. Por lo tanto, no hay que confundirlos con las virtudes cristianas y tampoco con la caridad. El carisma no obliga moralmente, deja intacta la libertad del creyente. El portador del carisma no se convertirá necesariamente en un santo, y en este caso no se deberá negar que haya recibido un carisma. Los carismas son dones en el orden de la gracia y no cualidades naturales; su origen divino se expresa de diferentes modos: de Dios, del Espíritu Santo, de Cristo; pero no hay contradicción. En contra de las traducciones corrientes de 1Cor 12, 7, que hablan de la utilidad común, el original griego no autoriza tal interpretación. Los charismata no están necesariamente destinados para provecho comunitario, como es evidente en el caso del don de lenguas, pero es deseable que se pongan al servicio de todos, para que el portador del don crezca en la caridad. Los carismas incluyen dones “sensacionales” y otros ordinarios (como la enseñanza), pero también los ministerios jerárquicos y ordenados. Pablo insiste sobre todo en el valor de los dones ordinarios. Por ello, no existe ninguna contraposición paulina entre carisma e institución, ni mucho menos el deseo de que surja una comunidad “puramente carismática”, pues la Iglesia tiene una estructura carismático-institucional. Los carismas están sometidos a la autoridad apostólica y Pablo es el primero que formula indicaciones muy precisas al respecto. Por otro lado, la valoración muy positiva de los carismas emerge claramente de la imagen de Iglesia Cuerpo de Cristo, organismo vivo y no organización burocrática. «Para asumir correctamente cualquier tipo de responsabilidad en la Iglesia, no basta la habilidad humana, el sentido de la organización, las decisiones, sino que se necesita la docilidad personal al Espíritu Santo. Esta docilidad lleva consigo una actitud positiva con respecto a las diferentes manifestaciones del Espíritu. La jerarquía de la Iglesia no puede pretender tener el monopolio de los dones del Espíritu, pero tiene que reconocer con alegría que todos los creyentes reciben dones de gracia, cuya diversidad es un gran bien para la vida de la Iglesia, incluso si a veces surgen problemas» (pág. 187, edición italiana).

por Mons. Antonio Grappone

Eventos


© Copyright 2011-2015  Consejo Pontificio para los Laicos | Mapa de la web | Links | Contactos

X

Desde el 1 de Septiembre de 2016,
el Consejo Pontificio para los Laicos
ha cesado sus actividades,
y sus responsabilidades y funciones fueron asumidas por el nuevo
Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida.

 
www.laityfamilylife.va

 

TODO EL MATERIAL PUBLICADO HASTA EL 1 DE SEPTIEMBRE

SEGUIRÁ ESTANDO DISPONIBLE EN ESTA PÁGINA

AUNQUE YA NO SERÁ ACTUALIZADA.