El núcleo de la cuestión de la nueva evangelización es la centralidad de Dios en nuestra vida. Un antiguo adagio escolástico dice: operari sequitor esse y puede ser traducido diciendo: nuestro actuar expresa nuestro ser. Nuestra primera preocupación, como nos enseñan los grandes santos, debería estar dirigida a nuestro ser cristianos. San Ignacio de Antioquía, durante el viaje hacia Roma, donde lo esperaba el martirio, escribe a los fieles de la Ciudad Eterna: «Orad por mi, para que no solamente lleve el nombre de cristiano sino que lo sea verdaderamente».
Por ello, en la raíz de la evangelización está el ser, no las modalidades de anuncio, no los métodos, no las técnicas de comunicación ni las modalidades del lenguaje. Claro, todas ellas son cuestiones que tienen su importancia, pero no pueden constituir el punto de partida. Se parte del ser: del ser cristianos, del ser Iglesia. En efecto, cuando se habla de nueva evangelización, nos viene a la mente un modo renovado de ser cristianos, nos viene a la mente la preocupación por encontrar ambientes donde puedan nacer cristianos auténticos, formados en la unidad entre fe y vida, en un nuevo modo de ser Iglesia, capaces de testimoniar la belleza de ser cristianos. Entonces, lo central no será la búsqueda de una “fórmula mágica” para atraer a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, sino la conciencia de que debemos partir de nosotros mismos, de nuestro modo de ser discípulos de Cristo.