Velad y orad

«Velad y orad…» es la invitación de Jesús a los discípulos en el Huerto de los Olivos, la última noche antes de la Pasión. Es una invitación que el Señor repite a cada uno de nosotros también hoy, en particular en este tiempo de Cuaresma.

Sin oración no se llega a la plenitud de la vida cristiana. Ella es el respiro del alma sin la cual nuestra fe se sofoca y muere. La oración es la puerta a través de la cual hacemos que Cristo entre en nuestra vida. Santa Teresa de Ávila escribe que la oración «es la íntima relación de amistad, en la cual uno se entretiene frecuentemente a solas con aquel Dios del que se sabe que somos amados». La oración es una mirada de fe con los ojos fijos en Jesús: «Yo lo miro y Él me mira», decía un campesino al Santo Cura de Ars. La oración no es sólo obra nuestra, sino también, – y sobre todo – un don que viene de lo alto, porque la fuente es el Espíritu Santo que hemos recibido en el Bautismo. Y sin embargo, es necesario aprender a rezar.

Desgraciadamente, hoy en día, gran parte de la humanidad parece haber perdido el sentido y el gusto por la oración. Dominados por la lógica de una acción frenética, bombardeados por el bullicio de los medios de comunicación, hombres y mujeres de un tiempo en el que el tiempo nunca basta consideran la oración como una fuga de la realidad o, incluso, como una verdadera pérdida de tiempo. Muchos de nuestros contemporáneos no soportan el silencio, le tienen miedo. Sin embargo, amputar la dimensión del silencio de nuestra vida significa perder la capacidad de escuchar verdaderamente la palabra que rompe el silencio... No sólo. Arrodillarse delante de Dios parece que no corresponde a una humanidad hinchada de orgullo ante sus propias conquistas técnicas y científicas, más bien dispuesta – ahí sí – a ponerse en un pedestal en adoración de sí misma...

Entonces, ¿tiene sentido todavía rezar? Nuestra respuesta es ¡“sí”! Es más, poder dialogar con el Dios infinito que nos ha amado hasta la locura de la Cruz, poderlo adorar es el único privilegio que dona al hombre toda su grandeza y dignidad. Sólo postrado ante su Creador, el hombre puede efectivamente acoger la verdad sobre Dios y sobre sí mismo, su criatura.

Adorad al Dios verdadero, Aquel que se ha manifestado en el rostro de Jesucristo. La oración, lejos de ser una fuga de la realidad, nos ubica en el corazón de la vida del mundo y nos da la clave correcta de lectura de los eventos de nuestra existencia. Volvamos a encontrar en este tiempo el gusto por el silencio, el gusto del diálogo personal con el Señor – el gusto de la oración.

Mensaje del Presidente


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