Dos acontecimientos históricos y su significado

En los últimos meses hemos asistido a dos eventos sumamente importantes para la Iglesia y ricos en novedades, que continúan suscitando asombro en tanta gente. Me refiero a la renuncia al pontificado del Papa Benedicto XVI y a la elección del Papa Francisco. Vale la pena revisar brevemente estos acontecimientos de alcance histórico, intentando profundizar su significado para la Iglesia y para cada uno de nosotros.

Todo inició el pasado 11 de febrero, cuando el Papa Benedicto XVI, durante un Consistorio ordinario, convocado para la canonización de futuros santos, realizó un anuncio totalmente inédito e inesperado: “Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino […] para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado. Por esto, siendo muy consciente de la seriedad de este acto, con plena libertad, declaro que renuncio al ministerio de Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro, que me fue confiado por medio de los cardenales el 19 de abril de 2005, de forma que, desde el 28 de febrero de 2013, a las 20.00 horas, la sede de Roma, la sede de San Pedro, quedará vacante…”. ¡Es una noticia que en poco tiempo ha hecho la vuelta al mundo! Es verdad que el Código de Derecho Canónico (can.332-§2), en circunstancias bien definidas, prevé la posibilidad de renuncia al ministerio petrino de parte de un Pontífice, pero tal posibilidad hasta ahora jamás había sido utilizada (exceptuando el caso del Papa Celestino V en 1294). Por este motivo, la decisión del Santo Padre Benedicto XVI – como todos bien recordamos – provocó en todas partes reacciones de sorpresa y de conmoción, suscitando al mismo tiempo algunos interrogantes con respecto al futuro ejercicio del ministerio petrino en la Iglesia. No obstante, prevalecieran los sentimientos de profundo respeto y de sincera compasión hacia el Papa, desmejorado por la avanzada edad, a quien, sin lugar a dudas, una elección de este tipo le habrá costado mucho. Se destacaron mucho la humildad y el valor del anciano Pontífice que se manifestaron en tal gesto de renuncia.

A todos nosotros nos conmovió la última audiencia general del miércoles del Papa Benedicto XVI. El 27 de febrero de 2013, la plaza de San Pedro estaba abarrotada de gente y se respiraba un clima de profunda emoción. Los fieles escucharon con mucha atención el último discurso de Papa Ratzinger, interrumpiendo en varias ocasiones la lectura con pesarosos aplausos. Cada uno a su modo quería expresar a Benedicto XVI su gratitud por haber guiado la barca de la Iglesia en casi ocho años de luminoso pontificado. En su discurso, el Papa, hoy emérito, explicó una vez más el sentido de su decisión: “He pedido a Dios con insistencia, en la oración, que me iluminara con su luz para tomar la decisión más adecuada no para mi propio bien, sino para el bien de la Iglesia. He dado este paso con plena conciencia de su importancia y también de su novedad, pero con una profunda serenidad de ánimo. Amar a la Iglesia significa también tener el valor de tomar decisiones difíciles, sufridas, teniendo siempre delante el bien de la Iglesia y no el de uno mismo. […] No abandono la cruz, sino que permanezco de manera nueva junto al Señor Crucificado. Ya no tengo la potestad del oficio para el gobierno de la Iglesia, pero en el servicio de la oración permanezco, por así decirlo, en el recinto de San Pedro” (Audiencia general, 27 de febrero de 2013). Son palabras inolvidables que nos han conmovido a todos.

Se necesitará mucho tiempo para poder hacer un balance global de este pontificado, pero ya podemos decir que este Papa ha dejado un magisterio de extraordinaria riqueza y de una enorme densidad teológica, de la que la Iglesia podrá nutrirse durante muchos años. Él ha dejado, además, un impresionante testimonio de bondad, humildad, delicadeza, sencillez y, sobre todo, de fe y de un gran amor a la Iglesia. Estos son, sin duda, los rasgos que distinguen su persona y su pontificado. El Consejo Pontificio para los Laicos tiene muchísimos motivos para la gratitud por el Papa Benedicto XVI. Pienso en su convencido empeño a favor de la nueva época asociativa de los fieles laicos en la Iglesia, que culminó con el Encuentro mundial de los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades con el Sucesor de Pedro en junio de 2006. Pienso en sus encuentros con los jóvenes del mundo entero con ocasión de las Jornadas Mundiales de la Juventud, que él tanto ha apoyado, pues reconoció en ellas una “nueva evangelización puesta en práctica” y una “medicina contra el cansancio de creer” (Colonia 2005, Sydney 2008 y Madrid 2011). Pienso también en su riquísimo magisterio que se expresó en tantos documentos y discursos dedicados a la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y el mundo… Por ello va al Papa emérito toda nuestra profunda gratitud y seguimos apoyándole con nuestra constante oración por sus intenciones.

El pasado 28 de febrero, exactamente a las 20.00 horas comenzó el período de Sede Vacante. En aquellos días se comprendió con mayor claridad el papel del Sucesor de Pedro en la Iglesia, sintiendo su ausencia casi en modo palpable. Cada vez que esto sucede, crece – casi con ansiedad – en el pueblo de Dios la expectativa de un nuevo Pontífice. Mientras los cardenales estaban reunidos en la Capilla Sixtina, invocando el Espíritu Santo como los Apóstoles en el Cenáculo de Pentecostés, la plaza de San Pedro estaba abarrotada de fieles provenientes de todos los continentes. Entonces llegó la tarde memorable del 13 de marzo: la sorprendente fumata blanca después del quinto escrutinio, seguida, al cabo de una hora, del anuncio tan esperado del cardenal proto-diácono: “Habemus Papam…”. El nuevo Papa es el cardenal Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires (Argentina), que escoge el nombre de Francisco de Asís. La elección de un nuevo Pontífice suscita siempre sorpresa, pero esta vez la sorpresa fue aún mayor, pues por primera vez un Papa elige llamarse Francisco, por primera vez la Iglesia tiene un Papa latinoamericano, un Papa que los cardenales han escogido de “casi al fin del mundo”, como el apenas elegido mismo declaró. También en su primer saludo a la gente, el Papa Francisco sorprendió a todos por su desarmante sencillez. Se presentó a la muchedumbre, que lo esperaba en la plaza de San Pedro, con la sencilla sotana blanca y con palabras de gran familiaridad: “Hermanos y hermanas, buenas tardes”. Acto seguido se dirigió a la comunidad diocesana de Roma, de la que él ha sido elegido obispo: “Y ahora, comenzamos este camino: Obispo y pueblo. Este camino de la Iglesia de Roma, que es la que preside en la caridad a todas las Iglesias. Un camino de fraternidad, de amor, de confianza entre nosotros”. A continuación pidió el singular favor de rezar por él: “Os pido que vosotros recéis para el que Señor me bendiga”. A esta invitación, la gente respondió en seguida con un impresionante silencio orante… Desde el momento en que apareció en la Logia de las Bendiciones, el Papa Francisco conquistó los corazones de la gente y suscitó un grande entusiasmo que, con el pasar de los días, sigue teniendo la misma intensidad.

Cada Papa nuevo que sale del Cenáculo de la Capilla Sixtina lleva consigo un nuevo hálito del Espíritu de Pentecostés. Pareciera que el Espíritu Santo dice a la Iglesia: “Mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?” (Is 43, 18). ¡Esta vez no son pocas las novedades! El Papa Francisco ofrece hoy a la Iglesia universal aquella experiencia, sumamente rica y preciosa, de la Iglesia que vive en Latinoamérica. Es una Iglesia profundamente arraigada en la cultura del pueblo, animado por una fe sencilla y llena de alegría; es una Iglesia joven llena de entusiasmo misionero que tanto tiene que compartir con los demás. Es precisamente esta Iglesia que el nuevo Papa nos quiere regalar, que es un signo evidente de la madurez que ha conseguido, pero también un signo claro de la catolicidad de la Iglesia que no se cierra en el ámbito de un continente o de una sola tradición cultural, sino que mira siempre más allá.

El Papa Francisco se presenta a la Iglesia, sobre todo, como un evangelizador apasionado. Él, de hecho, se ha preocupado durante muchos años y en primera línea de la misión evangelizadora nada fácil de la “periferia” de Buenos Aires, en modo particular de la periferia existencial de pobreza y miseria de todo tipo. Precisamente a partir de esta experiencia, él a menudo vuelve al llamamiento insistente de salir de sí mismos para ir al encuentro de los demás, sobre todo al de los últimos: “Seguir, acompañar a Cristo, permanecer con Él exige un «salir», salir. Salir de sí mismos, de un modo de vivir la fe cansado y rutinario, de la tentación de cerrarse en los propios esquemas que terminan por cerrar el horizonte de la acción creativa de Dios” (Audiencia general, 27 de marzo de 2013). El Papa Bergoglio pide así a toda la Iglesia a que evite el riesgo de una peligrosa autorreferencia y de un replegarse estéril en sí misma. Esto sería una verdadera traición a su naturaleza más profunda y a su misión en el mundo. La Iglesia, en todas sus estructuras y comunidades y en sus fieles, tiene que ser una Iglesia “en camino”, una Iglesia que sirve especialmente a los más pobres y marginados.

Además, no olvidemos el nombre que ha elegido el Papa Bergoglio: Francisco de Asís. ¡Es el primer Papa que lleva ese nombre! Escoger el nombre del “Poverello” de Asís es un mensaje preciso dirigido al mundo y a la Iglesia y contiene, en cierto sentido, un verdadero y auténtico programa de su pontificado. En repetidas veces, el Santo Padre explicó el significado de tal elección: Francisco de Asís es “para mí […] el hombre de la pobreza, el hombre de la paz, el hombre que ama y custodia la creación […]. ¡Ah, cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres!” (Audiencia a los representantes de los medios de comunicación, 16 de marzo de 2013). Aquí vemos su particular sensibilidad y atención por los enfermos, los que sufren, los excluidos, precisamente por los que viven en “la periferia”… Al respecto nos viene a la mente el memorable rito de lavar los pies a doce jóvenes recluidos en la cárcel romana de menores de Casal del Marmo.

El Papa Francisco lleva a toda la Iglesia aquel mensaje sencillo de un Dios rico en misericordia, que es un mensaje de gran esperanza: “Cuántos desiertos debe atravesar el ser humano también hoy. Sobre todo el desierto que está dentro de él, cuando falta el amor de Dios y del prójimo, cuando no se es consciente de ser custodio de todo lo que el Creador nos ha dado y nos da. Pero la misericordia de Dios puede hacer florecer hasta la tierra más árida, puede hacer revivir incluso a los huesos secos (cfr. Ez 37,1-14) […]. Dejémonos renovar por la misericordia de Dios, dejémonos amar por Jesús, dejemos que la fuerza de su amor transforme también nuestras vidas” (Mensaje Urbi et Orbi, 31 de marzo de 2013). Al mundo de hoy, tan perdido y confundido, el Santo Padre sigue indicando a Cristo como la única fuente de esperanza: “No os dejéis robar la esperanza […]. Esa que nos da Jesús […]. No seáis nunca hombres y mujeres tristes” (Homilía de la misa del Domingo de Ramos y de la Pasión del Señor, 24 de marzo de 2013). Y en otra ocasión subraya: “Guardemos a Cristo en nuestra vida, para guardar a los demás, para salvaguardar la creación […]. No debemos tener miedo de la bondad, más aún, ni siquiera de la ternura” (Santa misa en el solemne inicio del ministerio petrino, 19 de marzo de 2013).

El Papa Francisco ha llevado un soplo renovado del Espíritu también a los jóvenes, y lo ha hecho con ocasión de la celebración, a nivel diocesano, de la Jornada Mundial de la Juventud, el día del Domingo de Ramos. En seguida estableció con ellos un verdadero y auténtico diálogo, como entre amigos, suscitando entre los jóvenes un gran entusiasmo: “Nos traéis la alegría de la fe y nos decís que tenemos que vivir la fe con un corazón joven, siempre: un corazón joven incluso a los setenta, ochenta años. Corazón joven. Con Cristo el corazón nunca envejece” (Homilía de la misa del Domingo de Ramos y de la Pasión del Señor, 24 de marzo de 2013). Refiriéndose al encuentro mundial de Río de Janeiro el próximo mes de julio, siguió diciendo: “Queridos amigos, también yo me pongo en camino con vosotros, desde hoy, sobre las huellas del beato Juan Pablo II y Benedicto XVI […]. Os doy cita en aquella gran ciudad de Brasil. Preparaos bien, sobre todo espiritualmente en vuestras comunidades, para que este encuentro sea un signo de fe para el mundo entero. Los jóvenes deben decir al mundo: Es bueno seguir a Jesús; es bueno ir con Jesús; es bueno el mensaje de Jesús; es bueno salir de uno mismo, a las periferias del mundo y de la existencia, para llevar a Jesús. Tres palabras: alegría, cruz, jóvenes” (ibídem).

Como podemos ver, el Santo Padre Francisco – a ejemplo de San Francisco de Asís – quiere que la Iglesia regrese, con su estilo de vida, al centro mismo del Evangelio, que hable al mundo de un Dios que es Amor… Su mensaje es muy sencillo, directo, que penetra fácilmente el corazón de la gente. Desde el comienzo de su ministerio, el nuevo Pontífice ha demostrado que es un gran comunicador, tanto a través de la palabra como por medio de sus gestos. Es un verdadero Pastor para quien el anuncio del Evangelio es la gran pasión de su vida.

Acojamos por ello al Papa Francisco con viva acción de gracias al Espíritu Santo, que lo ha regalado a la Iglesia en esta hora de la historia, y cerremos filas en torno a su persona con amor y obediencia filial, acompañando su ministerio con la oración, porque la mies evangélica que le espera es de verdad inmensa.

Mensaje del Presidente


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