La alegría de la evangelización

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¡Cuántos rostros tristes, apagados y deprimidos se ven hoy por las calles de nuestras ciudades! ¡Cuántas familias están afectadas por la dolorosa plaga del desempleo y de una miseria humillante; cuántos hombres y mujeres viven en la angustia y la desesperación y pierden el ánimo de seguir adelante! Cuántos jóvenes viven en la incertidumbre y no consiguen proyectar su futuro… Hay incluso quien habla de una generación traicionada. En tal situación, hablar de alegría no es fácil y se convierte en un verdadero desafío. ¡Pero el hombre no puede vivir sin alegría, esperanza y futuro! La esperanza es como el oxígeno, porque sin esperanza el hombre se asfixia. Es urgente redescubrir las razones de aquella esperanza que Jesús, al nacer en Belén, ha traído al mundo, la esperanza que no decepciona, que es más grande y potente que los grandes desafíos y amenazas del mundo actual. Tenemos que redescubrir también las razones de la alegría cristiana que no es un apéndice, sino un componente indispensable de la vida de cada discípulo de Cristo. El salmista nos asegura: “El Señor… mantiene su fidelidad perpetuamente, … hace justicia a los oprimidos, … da pan a los hambrientos. … El Señor abre los ojos al ciego, el Señor endereza a los que ya se doblan, el Señor ama a los justos” (Sal 146, 6-8). El profeta Isaías insiste: “Decid a los inquietos: «Sed fuertes, no temáis… Viene en persona y os salvará»” (Is 35,4). Y San Pablo en el Nuevo Testamento nos anima: “Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos” (Flp 4,4). El papa Francisco, por su parte, no se cansa de repetir: “¡No os dejéis robar la esperanza!” y exhorta con firmeza: “No seáis nunca hombres y mujeres tristes: un cristiano jamás puede serlo”.

La alegría tendría que ser una característica típica del cristiano en este mundo, es más, tendría que formar parte de su identidad más profunda. El papa Francisco comienza su exhortación apostólica Evangelii Guadium con palabras muy significativas: “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría” (núm. 1). Pero preguntémonos si nuestra vida es de verdad así. Friedrich Nietzsche, filósofo ateo, consideraba que nosotros los cristianos somos poco creíbles, porque nuestros rostros a menudo son tristes y no demuestran que de verdad estamos redimidos.

La cultura de hoy nos empuja a buscar obstinadamente el placer, las alegrías a bajo coste, y nosotros nos dejamos deslumbrar fácilmente por los rayos seductores, pero ilusorios, de felicidad que el mundo propone e impone de diferentes modos… Sí, hoy tenemos tantas ocasiones para la diversión (y en este sentido los medios de comunicación trabajan a todo ritmo), pero la alegría que dan no es la verdadera alegría. Se trata de algo extremamente superficial, de una especie de máscara que esconde ese vacío, esa angustia y profunda confusión que a menudo experimentamos; es una especie de droga que anestesia nuestra alma y no le permite enfrentar las cuestiones esenciales de la vida.

La alegría cristiana es completamente distinta a la que nos da el mundo. San Pablo nos explica la diferencia cuando afirma: “Alegraos siempre en el Señor”. La expresión “en el Señor” juega un papel fundamental. Precisamente aquí se encuentra el secreto de la alegría cristiana. La alegría del cristiano nace a partir del encuentro con una Persona viva, es decir con Jesucristo. Quien vive con Cristo, quien le sigue en la vida, quien se fía totalmente de Él, incluso quien atraviesa el valle oscuro del llanto y el dolor, nada teme y no pierde la verdadera alegría. Parafraseando las palabras del papa Francisco, podríamos decir hoy: ¡No nos dejemos robar la alegría!

La alegría cristiana, según papa Francisco, tiene también un significado eclesial muy importante. Hoy se habla tanto de nueva evangelización. El Papa ve precisamente en la alegría un componente indispensable de la misión evangelizadora de la Iglesia en el mundo actual, es más, él pide que sea la alegría una característica de aquella nueva etapa evangelizadora que su nueva exhortación apostólica Evangelii Gaudium quiere difundir.

Para evangelizar el mundo hay que redescubrir con urgencia la dimensión de la alegría de la vida cristiana, porque, como dice el papa Bergoglio, “Hay cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin Pascua. […] [Por ello] hay que permitir que la alegría de la fe comience a despertarse, como una secreta pero firme confianza, aun en medio de las peores angustias” (Evangelii Gaudium, núm. 6). De aquí parte una propuesta muy concreta formulada por el Santo Padre: “Un evangelizador no debería tener permanentemente cara de funeral. Recobremos y acrecentemos el fervor, «la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas […]. Y ojalá el mundo actual – que busca a veces con angustia, a veces con esperanza – pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo»” (Ibíd., núm. 10). Aquí tenemos el camino que debemos recorrer y que el papa Francisco indica a toda la Iglesia. Aquí tenemos la dinámica de la “conversión misionera” que todos necesitamos. El Papa insiste: “¡No nos dejemos robar la alegría evangelizadora! (Ibíd., núm. 83).

Mensaje del Presidente


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