San Juan Pablo II: buen pastor …

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Con ocasión de la reciente canonización de los dos papas del Concilio Vaticano II, Juan XXIII y Juan Pablo II, el pasado 27 de abril, quisiera detenerme en la figura inolvidable de San Juan Pablo II y recordar en modo especial el vínculo que el Santo Pontífice polaco tuvo con el Consejo Pontificio para los Laicos desde su creación.

Se sigue escribiendo y hablando mucho de Juan Pablo II. El número de sus biografías publicadas en diferentes idiomas y escritas por católicos y no católicos, creyentes e incluso no creyentes, es impresionante; cada uno se dejó conquistar por esta fascinante y extraordinaria figura. No es casualidad que un periodista haya escrito de él: “Es un papa que no muere”. Es verdad, este papa continúa estando vivo y presente en la Iglesia de hoy con su canonización, se nos ofrece como modelo de vida cristiana a seguir y como un potente intercesor, a quien podemos encomendar todas las necesidades espirituales y materiales. ¿A qué se debe que el papa Wojtyła siga fascinando a la gente de todo el mundo? ¿Qué ha significado para la Iglesia y la humanidad?

En San Juan Pablo II hemos podido contemplar de verdad el rostro de Cristo Buen Pastor. Pienso que sea precisamente éste el “secreto” de su grandiosidad. Él realmente fue el buen pastor que conocía a sus ovejas, que caminaba delante de ellas con valentía, sin dejarse intimidar por los riesgos. Estaba dispuesto a dar la vida por sus ovejas, hasta el derramamiento de su sangre.

En su vida, él tuvo dos grandes pasiones, dos grandes amores que definieron muy bien su personalidad y su obra: la pasión por Dios y la pasión por el hombre, pero sobre todo ¡la pasión por Dios! Juan Pablo II fue un verdadero homo Dei – un hombre de Dios. Fue un contemplativo, un místico profundamente arraigado en Dios, totalmente inmerso en la relación con Él. Sólo bastaba con mirarlo cuando rezaba… Guió a la Iglesia “de rodillas”, en una relación constante con el Señor. Su pontificado siempre estuvo marcado por el misterio de la Cruz: primero el atentado, después la enfermedad y al final los signos de la vejez, todo vivido ante la mirada del mundo, en total entrega a Dios y la Virgen María.

Precisamente su pasión por Dios le dio el valor de combatir por la causa de Dios en el mundo, convirtiéndole en un incansable peregrino del Evangelio. Realizó 104 viajes apostólicos internacionales, visitó 128 países, recorrió más de un millón de kilómetros, pronunció unos tres mil discursos. La pasión por Dios de Juan Pablo II encontró, sin duda, su culminación en el anuncio de la divina misericordia. Fue él quien instituyó en la Iglesia la fiesta de la divina misericordia; fue él que, en un gesto sumamente significativo, consagró el mundo a la divina misericordia en el Santuario de Jesús Misericordioso de Łagiewniki, en Cracovia en 2002. Juan Pablo II fue el apóstol de la divina misericordia. En realidad, esto lo sugirió el mismo papa Francisco cuando dijo: «Ésta fue una intuición del beato Juan Pablo II. Él tuvo el “olfato” de que éste era el tiempo de la misericordia» (Discurso a los párrocos de Roma, 6 de marzo de 2014).

La otra grande pasión de Juan Pablo II fue aquélla por el hombre. Tuvo una elevada y hermosa visión de la persona humana. Para él el hombre es «el camino primero y fundamental de la Iglesia, camino trazado por Cristo mismo» (Redemptor Hominis, N. 14). Inspirado por esta verdad, se convirtió en un defensor intrépido del hombre, de su dignidad y sus derechos inalienables, entre los que se encuentra el derecho fundamental a la vida desde la concepción hasta la muerte natural. Defendió, además, valientemente la institución del matrimonio y la familia: «¡Familia, sé lo que eres!», escribía en la Familiaris Consortio. Y no por casualidad, el Santo Padre Francisco lo definió: «El Papa de la familia» (Homilía de las santa misa y canonización de los beatos Juan XXIII y Juan Pablo II, 27 de abril de 2014).

Mas hay aún un aspecto de San Juan Pablo II que merece una particular atención: su compromiso a favor de los laicos. El papa Wojtyła fue el autor de la exhortación apostólica Christifideles Laici – magna carta del laicado católico que, después de más de veinticinco años desde su publicación, sigue siendo un texto de gran utilidad. Él maduró su sensibilidad por la vocación y la misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo también como consultor del Consejo de los Laicos, nombramiento que el entonces arzobispo de Cracovia recibió con el nacimiento de este dicasterio. El cardenal Wojtyła participó activamente, con sus reflexiones y consideraciones, en la definición de la identidad del Consilium de Laicis, como también en los trabajos de las sesiones plenarias, sosteniendo la necesidad de que el nuevo dicasterio de la Curia Romana, surgido después del Vaticano II, animase la participación de los laicos en las diferentes formas de apostolado. En nuestro archivo conservamos un texto muy hermoso redactado por el cardenal Wojtyła el 2 de diciembre de 1968, cuyo título significativo es: “Consilium de Laicis, quid dicis de teipso?”. Recordemos que nuestro dicasterio originariamente se llamaba Consilium de Laicis y sólo sucesivamente se convirtió en Pontificium Consilium pro Laicis.

En la elección de este título, el entonces arzobispo de Cracovia hacía referencia a la famosa frase que había inspirado los trabajos del Concilio Vaticano II: “Ecclesia quid dicis de teipsa?”. Este hermoso e inédito documento data precisamente del período en el que nuestro dicasterio todavía estaba en la búsqueda de su identidad y aún tenía que encontrar el sentido de su misión y una adecuada modalidad de operar en la Iglesia. No obstante, ya en aquella época comenzaban a perfilarse los ámbitos de particular interés para el dicasterio: la familia, la juventud, la espiritualidad laical y el diálogo ad intra en la Iglesia. Partiendo del adagio escolástico “operari sequitur esse” (nuestra acción expresa siempre lo que somos), el cardenal Wojtyła en su escrito indicó como tarea principal del dicasterio la atenta custodia del ser que es propio de los laicos en la Iglesia: «El Consilium de Laicis – escribía el purpurado polaco – cuando emprende cualquier tipo de actividad, debería vigilar en primer lugar por este “esse” propio de los laicos en la Iglesia». Pero, tal custodia no debía tener una función meramente conservadora o estática, porque el status mismo del laico en la Iglesia es esencialmente dinámico: «Ellos poseen – explicaba el cardenal Wojtyła – un triple dinamismo, que proviene de la participación en la triple misión de Cristo: la misión profética, sacerdotal y real, tal como se aclara, sobre todo, en la constitución Lumen Gentium».

El arzobispo de Cracovia destacaba así con fuerza que la actividad del Consejo de los Laicos tenía que garantizar la autenticidad de la labor de los laicos en el corazón del mundo. De aquí se deriva, precisamente, la gran responsabilidad de nuestro dicasterio con respecto al ser de los laicos en la estructura de la Iglesia. Su actividad en el mundo es un apostolado sólo en la medida en que brota de ese ser originario, el bautismal.

Después de más de cuarenta años, queremos que el cardenal Wojtyła nos vuelva a dirigir la misma pregunta que había dirigido entonces al nuevo dicasterio: «Consilium de Laicis, quid dicis de teipso? Consejo Pontificio para los Laicos, ¿qué dices de ti mismo en este año 2014? ¿Qué estás haciendo? ¿A qué punto habéis llegado?». Juan Pablo II, hoy como ayer, nos sigue desafiando. Recemos, pues, al Señor, por intercesión de San Juan Pablo II, santo patrono de nuestro dicasterio, para que su pregunta nos acompañe siempre y nos impulse a buscar siempre nuevos caminos que ayuden a que los fieles laicos puedan descubrir la belleza de su vocación y su misión en la Iglesia y en el mundo.

Mensaje del Presidente


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