Juan Pablo II y los Christifideles laicos

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Juan Pablo II visita Consilium de Laicis en 1979

En abril del 2005 Roma fue testigo de la que puede ser considerada la más grande manifestación pública de agradecimiento de la historia de la humanidad. Durante los días del funeral de Juan Pablo II, millones de personas, venidas espontáneamente a Roma desde los más diversos lugares del mundo, pasaron por más de diez horas de colas para poder estar sólo unos segundos antes la tumba del Santo Padre. Ese mismo agradecimiento continuaba a manifestarse en la presencia de incontables peregrinos y en un flujo ininterrumpido de personas que continúan hasta hoy desfilando ante su tumba. Fue como un signo de reconocimiento de la humanidad entera ante quien entregó toda su vida, en nombre de Cristo y como sucesor de San Pedro, en el amor de Dios a los hombres y mujeres de su tiempo y hoy. 

El papa Juan Pablo II invitó a todos los fieles, en sus largos años de pontificado y con gestos y palabras concretas, a acoger el llamado a la santidad, viviendo una auténtica vida cristiana; a custodiar y transmitir la verdad de Cristo al mundo de hoy; a reconocerse plenamente en la pertenencia a un misterio de comunión, según un verdadero sensus ecclesiae; a desplegar el ímpetu misionero que es propio de la vocación cristiana; a abrazar en la caridad todas las necesidades de los hombres y de los pueblos. 

Es imposible abarcar la enorme densidad de iniciativas, acontecimientos, documentos, gestos e imágenes, viajes y horizontes de los más de 26 años de su Pontificado. Nosotros, desde el Consejo Pontificio para los Laicos, queremos recordarlo especialmente desde aquella sorpresa ante el  Papa “venido de lejano” pero ya bien conocido y apreciado por sus largos años de “consultor” del entonces Consilium de Laicis (ver foto). Recordamos su cálida visita a la sede de nuestro dicasterio, apenas inaugurado su pontificado, proseguida año tras año con muchas audiencias y encuentros en los que iluminaba y orientaba el servicio y los programas de nuestro dicasterio. ¡Cómo no recordarlo especialmente en sus energías volcadas a la evangelización de los jóvenes, “inventando” las Jornadas Mundiales de la Juventud y participando en ellas, como padre, maestro y amigo de los jóvenes, hasta el extremo de sus fuerzas! Recordamos, sí, que convocó un Sínodo sobre la vocación y misión de los laicos y publicó, en 1988, la Exhortación apostólica post-sinodal Christifidelis Laici, que sigue siendo, a más de veinte años de su publicación, la Charta Magna del laicado católico. Lo recordamos también como Papa que escribió el primer documento magisterial enteramente dedicado a la dignidad y vocación de la mujer, cantando loas al “genio femenino”, ofreciendo importantísimas luces sobre la identidad de ambos – varón y mujer – para enriquecimiento de todo lo humano. Ha sido para nosotros inolvidable su iniciativa de reunir en mayo de 1998 los movimientos eclesiales y nuevas comunidades, dirigiendo ante centenares de miles de sus adherentes las palabras de acogida, afecto y aliento que les había dirigido desde el comienzo de su pontificado, calificándolos como “providenciales”. ¡Quién no recuerda sus viajes apostólicos, peregrino a las naciones, visitante de sus capitales espirituales en los santuarios marianos, dirigiéndose a los pueblos como sus primeros interlocutores, y en especial a los pobres, para abrazar a todos con la caritas Christi! Recordamos también sus encuentros, bajo la gracia del gran Jubileo, con los jóvenes y las familias, con los trabajadores, empresarios, universitarios, políticos y artistas, para que mostraran a Cristo en todos los ambientes humanos. Lo recordamos sufriente, afrontando con entereza su larga y sufrida enfermedad, compartiendo lo que falta aún a los sufrimientos de Cristo como oferta redentora para todos. 

Juan Pablo II era bien consciente que el Concilio constituía para la Iglesia a inicios del Tercer Milenio «el fundamento y el comienzo de una gigantesca obra de evangelización del mundo moderno llegado a una nueva encrucijada de la historia de la humanidad en la que competen a la Iglesia tareas de una inmensa gravedad y amplitud.» (JUAN PABLO II, Discurso a los participantes en el VI Simposio del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa, 11 de octubre de 1985) No dejó de llamar a los laicos a comprometerse en la tarea de la nueva evangelización, nueva en su ardor, en sus métodos y expresiones. 

Ayudó a que comprendamos que la misión de evangelización no es una tarea añadida extrínsecamente a la experiencia cristiana, sino el ímpetu de comunicación del don extraordinario del encuentro con Cristo que, con gratitud y alegría, se comparte de persona a persona, de familia en familia, de comunidad en comunidad. Invitó a los laicos a comprometerse en la construcción de una sociedad más digna del hombre, a mostrar la belleza y dignidad del matrimonio y la familia; invitó a los jóvenes a ser “centinelas del mañana”; exhortó a todos a comprometerse en la educación, la cultura, las comunicaciones, el mundo del trabajo y de la construcción social, en la vida pública de las naciones. Convocó a “abrir las puertas a Cristo” en todos los ámbitos de la vida pública, derribando muros de injusticia, mentira y opresión. Fortaleció la unidad de la Iglesia, la adhesión a la verdad, enriqueció y relanzó la doctrina social de la Iglesia. Guió, pues, un renovado protagonismo cristiano en los emergentes y nuevos escenarios internacionales.

Declarándolo beato, la Iglesia oficialmente reconoce su estar totalmente arraigado en Cristo y lo propone como modelo para todos. Su mirada estaba siempre fija en el rostro del Señor, en toda la profundidad de su misterio de encarnación y redención. Esto que pedía a todos los fieles, él mismo primero lo vivía y lo transparentaba. Sabía bien que la propuesta cristiana no podía ser reducida a sentimiento espiritual o ideología religiosa, o a un mero buscar las consecuencias morales, sociales, culturales y políticas de la fe, presuponiéndola en formas cada vez menos realistas. Su pontificado fue una vigorosa interpelación a todos los bautizados a convertirse en mendigos suplicantes de la gracia de Dios, como él mismo lo era, para poder encontrar a Jesucristo con la misma realidad, actualidad, novedad y poder de persuasión y afecto como en el primer encuentro de sus primeros discípulos a orillas del Jordán.

Es por todo esto que agradecemos de corazón a Dios por el don para la Iglesia y la humanidad entera de la extraordinaria figura del Beato Juan Pablo II. A su intercesión acudimos para confiarle la Iglesia en nuestro tiempo, las intenciones de nuestro Santo Padre Benedicto XVI y nuestro trabajo cotidiano por alentar y acompañar a los fieles laicos en la vivencia de su dignidad y misión.

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El Card. Karol Wojtyla durante una de las reuniones de Consilium de Laicis cuando era Consultor

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