“¡El gol es mío, el gol es mío!”, gritó como un poseso Miquel ante el televisor del hospital.

Xavi hernandez

La vida juega a veces al ajedrez con quien por su corta edad ni siquiera sabe mover las fichas en el tablero. Lo peor es que, en ocasiones, el destino plantea el jaque cuando la partida no ha hecho más que empezar. El místico San Juan de la Cruz escribió que el secreto de la vida consiste simplemente en aceptarla tal como es. Pero no es menos cierto que, cuando la vida se agota en hora temprana, no solo cuesta admitir lo irremediable, sino que nos sublevamos ante lo injusto de la situación.

No resulta fácil mantener la ilusión cuando la existencia se vuelve caprichosa o cuando Dios parece dormido, en frase escuchada en boca del anterior Papa. “Mi ilusión es continuar teniendo ilusiones”, escribió en uno de sus libros de aforismos el autor argentino José Narosky, para recordarnos que no debemos dejarnos vencer por la fatalidad. Ciertamente, estamos moralmente obligados a encarar el destino con la fuerza incontenible de la esperanza, pero en ocasiones nada nos invita a creer demasiado.

Miquel no había leído el libro de las ilusiones, pero desde edad muy temprana supo que tenía que luchar contra un enemigo sin rostro y poner buena cara a la incertidumbre. De sus diez años, siete habían transcurrido entrando y saliendo de los hospitales para luchar contra la leucemia. Los últimos meses los pasó en el hospital San Juan de Dios, donde Jordi Basté y Xavi Pérez decidieron realizar un programa de El món a RAC1 en la octava planta, donde tratan a los niños a que han sido diagnosticados con algún tipo de cáncer. Desde la habitación de Miquel se divisaba el Camp Nou, que para él resultaba un estímulo para seguir su combate. El chico declaró ante el micrófono que su ilusión era tener la camiseta del Barça dedicada por Xavi Hernández. Núria, la pareja del centrocampista, fue quién escuchó la petición en la emisora de radio. La sorpresa fue mayúscula cuando el jugador se presentó en el hospital para compartir la tarde con Miquel y regalarle la zamarra azulgrana. Además, le prometió que se tocaría la cabeza si marcaba un gol, a guisa de dedicatoria. Días después el Barça viajó a París, donde Xavi marcó de penalti ante el PSG. “¡El gol es mío, el gol es mío!”, gritó como un poseso Miquel ante el televisor del hospital al ver el gesto del futbolista. En el centro aseguran que la visita del jugador le iluminó definitivamente la mirada.

Xavi le prometió que, cuando saliera del hospital, lo traería a hacer unos toques con Leo, Gerard y Andrés. Miquel pensaba que los compañeros de la escuela Ramon Fuster no se lo creerían cuando lo explicara.

El chico nos dejó la noche del sábado al domingo mientras dormía, soñando seguramente que le daba uno pase de gol a su ídolo. Miquel Aydogan Maranges se fue abrazado a su ilusión y estrechando con fuerza la camiseta del 6 del Barça.

Marius Carol

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