El Congreso de los movimientos eclesiales y nuevas comunidades en América Latina
Ciento veintidós responsables de cuarenta y cinco movimientos y nuevas comunidades provenientes de veintitrés países de América Latina se reunieron en Bogotá, Colombia, para reflexionar sobre la figura del cristiano en el primer Congreso de los movimientos eclesiales y nuevas comunidades en América Latina, que se realizó del 9 al 12 de marzo pasado. Los participantes estuvieron además acompañados por la presencia de treinta y dos obispos, la presidencia del Consejo Episcopal Latinoamericano y, representando al Consejo Pontificio para los Laicos, S. E. Mons. Stanisław Ryłko, S. E. Mons. Josef Clemens, el Prof. Guzmán Carriquiry y el Dr. Roberto Ragusa.
El Congreso, organizado por el Consejo Episcopal Latinoamericano en colaboración con nuestro Dicasterio, quiso poner al centro de sus reflexiones al discípulo de Cristo, ya que no se puede hablar de nueva evangelización sin interrogarse sobre el sujeto llamado a realizarla. Ante los desafíos con los que se tiene que enfrentar hoy el cristiano, los participantes individuaron tres prioridades que se comprometieron a asumir en nombre de los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades que representaban.
Estas prioridades fueron trazadas en la carta que los congresistas quisieron enviar al Santo Padre Benedicto XVI al final de la asamblea. Una carta en la que se expresó la gratitud por la diligencia con la que el Papa ha seguido la iniciativa y por el mensaje que, a través del cardenal Sodano, envió a los participantes: una “palabra orientadora” que ha dado testimonio de la “cercanía paternal” del Papa a la Iglesia y a los pueblos latinoamericanos, “un abrazo lleno de amor y esperanza”.
La primera prioridad presentada en la carta es la formación cristiana. “Está en crisis la capacidad de la generación de adultos de educar a los propios hijos”, así se lee en el documento. “Se vive como si la verdad no existiese, como si el deseo de felicidad del que está hecho el corazón del hombre estuviese destinado a permanecer sin respuesta. La influencia de esta cultura también afecta a los bautizados y por ello aún existen identidades cristianas débiles y confusas”. Ante este desafío los movimientos y nuevas comunidades proponen su propia formación como ámbito en el cual se expresa la originalidad de los carismas de estas muchas realidades, de las cuales cada una fundamenta el proceso educativo de la persona con una pedagogía propia y específica, poniendo al centro el encuentro personal con Cristo vivo.
La segunda gran urgencia es la necesidad de ofrecer al mundo un “anuncio fuerte”. La formación cristiana debe tener siempre un alcance misionero. La misión ayuda a descubrir en plenitud la propia vocación bautismal, defiende de la tentación de un repliegue egoísta sobre sí mismo, protege del peligro de considerar el propio movimiento de pertenencia como una especie de refugio, un clima de cálida amistad para resguardarse de los problemas del mundo. En el curso del Congreso se ha mostrado el compromiso misionero de los movimientos eclesiales y de las nuevas comunidades y la capacidad indiscutible que éstos poseen de despertar en los laicos el entusiasmo apostólico y el coraje misionero. “De este modo —han escrito los participantes del encuentro al Papa— se responde a una de las necesidades más urgentes de la Iglesia de nuestros tiempos, es decir, la catequesis de los adultos, entendida como auténtica iniciación cristiana que les revela todo el valor y la belleza del sacramento del Bautismo”.
Apreciando el arraigado sentido del misterio que se manifiesta en la piedad popular, realidad rica en los pueblos de América Latina, los movimientos y nuevas comunidades ofrecen pedagogías de evangelización que pueden contribuir con eficacia a orientarla hacia la formación de discípulos y misioneros de Cristo. Se ilustró también con cuánta naturalidad y valentía estas agregaciones laicales se dirigen hacia las difíciles fronteras de los modernos areópagos de la cultura, de los medios de comunicación social, de la economía y de la política para alentar la construcción de formas de vida más dignas para cada hombre y para todos los hombres. Se señaló también la importancia de la inserción de los movimientos y nuevas comunidades en el tejido de las Iglesias locales, para transformarse en signos elocuentes de la universalidad de la Iglesia y de su misión.
El último, pero no menos importante compromiso que los movimientos y nuevas comunidades han querido asumir es la especial atención hacia los que sufren, los pobres y marginados. “Frente a tantas formas nuevas y antiguas de pobreza — así escribieron al Sumo Pontífice — con las que convivimos en nuestra realidad latinoamericana (y que constituyen una contradicción estridente e interpelante respecto a la tradición católica de nuestros pueblos), queremos esforzarnos, como nos enseña la encíclica Deus caritas est, en crear y sostener con creatividad obras y proyectos que muestren el amor de Dios a cada hombre que sufre y abran caminos a la potencia transformadora de la caridad ante los grandes retos de mayor justicia, solidaridad, paz y unidad en la vida de nuestros pueblos”.
Entre los objetivos del Congreso estuvo el de ofrecer una contribución a la preparación de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, prevista en Aparecida (Brasil) en el mes de mayo de 2007 con el tema “Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan vida. “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14,6)”. Y por ello —así se lee en la carta enviada al Santo Padre— “nos comprometemos a suscitar por doquier un intercambio de experiencias, reflexiones y propuestas que puedan edificar en el camino de preparación de tan importante evento”.