El beato Juan Pablo II: un Papa deportista y un deportista Papa

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Según algunas enseñanzas del Beato Juan Pablo II, la actividad deportiva es un instrumento educativo en las virtudes humanas. El deporte, desde su origen hasta la actualidad, ha sido entendido como un instrumento eficaz para la formación de la persona a través de las virtudes. El desarrollo técnico y económico del siglo anterior en el ámbito deportivo puede hacer que el deporte ayude a la persona a cultivar su personalidad. Una concepción instructiva del deporte hace que éste pueda llegar a ser un factor capaz de repercutir positivamente en la sociedad. Sucede lo contrario si se pierde de vista el primado de la persona sobre el deporte. Veremos cuál es la perspectiva del Papa Juan Pablo II respecto al valor formativo del deporte a través de algunos de sus escritos.

El Pontífice, que habla como cabeza de la Iglesia, no se desentiende de la práctica deportiva. Ésta es una actividad humana y como tal es practicada por muchos hombres en todo el mundo, entre ellos también los cristianos. Juan Pablo II tiene en cuenta esta realidad y por esto escribe las siguientes palabras a la gente que vive en torno al deporte: «La Iglesia, como señalé durante el Jubileo de los deportistas (29.X.2000), considera el deporte como un instrumento de educación cuando fomenta elevados ideales humanos y espirituales; cuando forma de manera integral a los jóvenes en valores como la lealtad, la perseverancia, la amistad, la solidaridad y la paz. El deporte, superando la diversidad de culturas e ideologías, es una ocasión idónea de diálogo y entendimiento entre los pueblos, para la construcción de la deseada civilización del amor».

El Papa considera el deporte un medio adecuado para la educación de la persona. En muchas ocasiones, el éxito deportivo se identifica con el resultado final de una competición, partido o carrera. La palabra “ganar” indica un resultado positivo después de haber realizado una acción humana. El Pontífice señala que la calidad del deporte está estrechamente ligada a los ideales humanos y espirituales, a la formación integral de la persona en las virtudes y a la búsqueda de una sociedad más perfecta fundada en el amor, una sociedad que se caracteriza por su justicia y por su solidaridad. Un deporte practicado según estos criterios es sinónimo de ganancia en el plano humano y espiritual de la persona. Un deporte con estos rasgos coloca la persona y la sociedad en el centro de la actividad deportiva realizada.

Las siguientes palabras del Pontífice advierten el lugar que debe ocupar el deporte en la vida de la persona para que sea educativo: «Sí, como muchos otros deportes, el fútbol puede educar al hombre. Naturalmente debe por esto conservar, en la vida personal, familiar, nacional, su sitio, que es relativo, para que no conduzca a olvidar los otros grandes problemas sociales o religiosos; ni tampoco los otros medios para exaltar los valores del cuerpo, del espíritu, del corazón, del alma sedienta del absoluto. El bien que Dios quiere para cada uno y para la sociedad se compone de un conjunto equilibrado» . Con esta intervención, Juan Pablo II sitúa la práctica deportiva en el lugar que le corresponde dentro de la escala de valores de la persona. El Pontífice invita a la gente que practica el deporte, a los seguidores incondicionales de los diferentes deportes y a los máximos organizadores y responsables del deporte a no absolutizar la práctica deportiva y a tener en cuenta otros valores más relevantes para la vida de mucha gente. El hombre no tiene que vivir solamente de la práctica deportiva, sino que hay aspectos de mayor importancia que debe considerar correctamente. El deporte visto y practicado como un fin para el hombre no educa la persona, mas bien la destruye porque absolutiza una dimensión relativa. El deporte entendido como un medio educativo para el hombre, al estar colocado en un lugar de relativa importancia en la vida del individuo, sirve para una formación equilibrada de la persona. La centralidad de la persona en las diferentes actividades terrenas, entre ellas la deportiva, es un argumento central de las enseñanzas del Papa.

Juan Pablo II sostiene que la función educativa del deporte es un componente básico que da trascendencia a la práctica deportiva. El ejercicio físico practicado con rectitud incide directamente en la formación humana y espiritual de la persona. Por este motivo, el Papa exhorta a los responsables del deporte: «De hecho, el fútbol, tan importante para enseñar a afrontar los grandes desafíos de la vida, sigue siendo un deporte. Es una forma de juego, simple y complejo a la vez, en el que la gente siente alegría por las extraordinarias posibilidades físicas, sociales y espirituales de la vida humana. Sería muy triste si un día se perdiera el espíritu del juego y el sentido de la alegría de la competición noble. Vosotros sois los guardianes del espíritu auténtico del juego» . Estas palabras también pueden aplicarse a cualquier otro tipo de ejercicio físico distinto del fútbol. La práctica deportiva debe ayudar al hombre a afrontar la propia vida. El deporte desempeña esta función social cuando ocupa un lugar relativo en la vida, no así cuando se le otorga una importancia desmesurada. El Papa quiere hacer partícipes a los máximos organizadores del deporte de su concepto del deporte, que tiene como punto basilar la formación humana y espiritual de la persona.

El Pontífice también exhorta a los educadores del deporte a ser responsables con su trabajo profesional. El Papa, gran aficionado a la práctica del esquí, dice a un grupo de profesores de este deporte: «Sois maestros de esquí, pero también maestros de vida. Os estarán especialmente agradecidas las generaciones jóvenes que, en la actual crisis de valores, tienen necesidad más que nunca de aprender no solamente habilidades técnicas, sino testimonios convincentes de una existencia rica de sentido e iluminada por la verdad y el amor» . Los profesores de educación física, los entrenadores de los diferentes deportes que se practican en todo el mundo y todas aquellas personas, que tienen una función de responsabilidad formativa con los jóvenes que realizan deporte, son llamados por el Pontífice a incidir positivamente en la educación de la gente joven. El Papa, conocedor de la crisis de valores de la actualidad, anima a los educadores a hacer del deporte un instrumento de formación personal, sobre todo, para las generaciones más jóvenes. El éxito de esta tarea reside en la vida de los propios educadores que debe ser ejemplar, y así puede incidir a la formación de los demás.

Pero, esta tarea también depende de los mismos deportistas. Juan Pablo II ha recibido muchos practicantes del deporte de alto rendimiento a lo largo de su pontificado. Este hecho manifiesta la preocupación del Pontífice por esta actividad humana. En la recepción de un conjunto italiano de fútbol, da un mensaje claro a los componentes del equipo. Les comenta: «Un equipo no es solamente fruto de calidad y prestaciones físicas; sino que es el resultado de una rica serie de virtudes humanas, de las cuales especialmente depende su éxito: el entendimiento, la colaboración, la capacidad de amistad y diálogo; en una palabra, los valores del espíritu, sin los cuales el equipo no existe y no tiene eficacia. Os animo a estar vigilantes para que tales virtudes, que os caracterizan, no sean nunca olvidadas» . El Papa atribuye una función esencial a las virtudes humanas en el ámbito deportivo. De ellas depende tanto la existencia como la eficacia de un equipo, y por tanto, la educación de los diferentes individuos que están de una manera u otra en relación con una asociación deportiva.

El Papa concreta todavía más cuáles deben ser los puntos fundamentales para poner por obra una práctica deportiva que tenga el desarrollo de la persona en el centro. En otro encuentro con futbolistas, Juan Pablo II indica qué valores debe promover el deporte para que sea formativo: «Todo tipo de deporte lleva consigo un rico patrimonio de valores, que se debe tener presente siempre, para ser realizados: el entrenamiento a la reflexión, el uso justo de las propias energías, la educación de la voluntad, el control de la sensibilidad, la preparación metódica, la perseverancia, la resistencia, el soportar la fatiga y las contradicciones, el dominio de las propias facultades, la fidelidad a las tareas, la generosidad hacia los vencidos, la serenidad en la derrota, la paciencia con todos...: son un complejo de realidades morales que exigen una verdadera ascética y contribuyen válidamente a formar el hombre y el cristiano» . Las virtudes morales son hábitos operativos buenos que se consiguen con la repetición de actos. El carácter práctico de la educación física  hace que el deporte sea un instrumento preciso para la formación de la persona a través de las virtudes. El deporte es un medio óptimo para formar al hombre. Las virtudes que exige la práctica deportiva hacen que esta actividad sea un medio de formación personal. El deporte, practicado como escuela de virtudes, perfecciona a la persona y eleva la misma práctica deportiva.

Un deporte de estas características acerca al cristiano a su modelo a seguir: Cristo. La sequela Christi es una premisa fundamental que el cristiano debe fomentar en su vida para lograr la perfección. El Evangelio nos enseña la manera de seguir a Cristo con fidelidad. En otro texto dirigido a un grupo de jóvenes practicantes del deporte, el Papa expone la relación existente entre un deporte realizado con rectitud, que sitúa la persona en el centro de la actividad, y el mensaje cristiano que nos enseña el Evangelio: «Vosotros sabéis bien con qué interés el Papa sigue vuestras actividades deportivas y con cuanta satisfacción observa vuestros espectáculos deportivos, en los cuales manifestáis no comunes dotes de fortaleza, de disciplina y de audacia, de las cuales el Señor os ha adornado. Vuestro Presidente ha hablado ahora sobre vuestro entrenamiento hacia la lealtad, el autocontrol, el ánimo, la generosidad, la cooperación y la fraternidad: ahora bien, ¿no son éstas, entre otras finalidades, hacia las cuales la Iglesia mira para la educación y promoción de la juventud? ¿No son éstas las instancias y las exigencias más profundas del mensaje evangélico?» .

Por Josepmaria Quintana Domínguez

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