La dignidad del anciano y su misión en la Iglesia y en el mundo

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El Papa Francisco en sus catequesis del ciclo sobre la familia ha querido reflexionar sobre el anciano y sobre la vocación propia de esta estación de la vida.

«Los ancianos son una riqueza, no se pueden ignorar», ha exhortado el Santo Padre denunciando una vez más esa cultura del descarte que, en nuestra sociedad, implica también a los ancianos, considerándolos un peso, un lastre. Con este propósito, ha recordado sus visitas a las casas de reposo para ancianos en Buenos Aires, cuando era arzobispo de la capital argentina: «Yo hablaba con cada uno y muchas veces escuchaba: “¿Cómo está? ¿Y sus hijos? – Bien, bien. – ¿Cuántos tiene? – Tantos. – ¿Y vienen a visitarlo? – Si, si, siempre, si, vienen – ¿Cuándo vinieron la última vez?” Recuerdo una anciana que me decía: “Mah, en Navidad”. ¡Era agosto! Ocho meses sin ser visitada por los hijos, ¡ocho meses abandonada!». «Los ancianos – siguió explicando el Papa – son hombres y mujeres, padres y madres que estaban antes que nosotros en el mismo camino, en nuestra misma casa, en nuestra batalla cotidiana por una vida digna. Son hombres y mujeres de los que hemos recibido mucho. El anciano no es un extraño. El anciano somos nosotros: dentro de poco, dentro de mucho, en todo caso, inevitablemente, incluso cuando no pensamos en esto. Y si nosotros no aprendemos a tratar bien a los ancianos, así nos tratarán a nosotros».

En seguida, el Papa concluyó con un mensaje de gran eficacia, donde apelaba a nuestra consciencia para que renovemos la opción por la cercanía y gratuidad hacia los ancianos: «Todos los viejos somos un poco frágiles. Algunos, sin embargo, son particularmente débiles, muchos están solos o marcados por la enfermedad. Algunos dependen de curas indispensables y de la atención a de los otros. ¿Daremos por esto un paso atrás? ¿Los abandonaremos a su destino? Una sociedad sin proximidad, donde la gratuidad y el afecto sin contrapartida – también entre extraños – van desapareciendo, es una sociedad perversa. La Iglesia, fiel a la Palabra de Dios, no puede tolerar estas degeneraciones. Una comunidad cristiana en la que proximidad y gratuidad ya no fueran consideradas indispensables perdería su alma. Donde no se honra los ancianos no hay futuro para los jóvenes.»

En ocasión de estas catequesis del Santo Padre, queremos proponer un documento que el Pontificio Consejo para los Laicos dedicó a los ancianos, que lleva el título “La dignidad del anciano y su misión en la Iglesia y en el mundo”.

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